¿Quedamos a tomar café?

Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.

Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.

lunes, 16 de diciembre de 2013

En el cajón de las nostalgias: una máquina de coser


Aunque lo parezca, esta máquina no es de Sira Quiroga, es mía y buena parte de mi vida, también pasó entre costuras. Hasta ahí las semejanzas, ni modista de señoronas encopetadas ni espías por ninguna parte. No, no hay novela en mi vida, ni el taller de Sira Quiroga se parece en nada al comedor de mi casa. Una mejor comparación sería la casa de los Alcántara, en la primera temporada de la serie Cuéntame, cuando Mercedes cosía pantalones en casa. Algo parecido era el comedor-cuarto de estar de mi casa, solo que más revuelto. En él se repartían todos los días del año y a todas horas, distintos montones de tela, de piezas a medio acabar, recortes y hebras de hilos que acababan por el suelo, bolsas con cremalleras, con botones, con etiquetas. Un batiburrillo alrededor del rincón de la máquina de coser compartiendo el mismo espacio con la televisión, el tresillo, la mesa camilla, seis sillas y unos  cuantos críos haciendo deberes, jugando y peleando. Y telas, hilos, tijeras, agujas, alfileres, botones,
corchetes, presillas, cinturillas, bajos, pinzas, bies, bobinas, canillas, hilván, remallado, ojal, pespunte, dedal… Objetos y palabras que entraron a formar parte de mi torrente sanguíneo, que se quedaron tatuados en mi cerebro. El sonido permanente del pedal, el chasquido del prensatelas al subir o bajar, la rueda girando a toda velocidad y mi madre inclinada sobre la máquina desde la mañana a la noche. Sin zapatos de tacón, sin las uñas pintadas, sin el pelo primorosamente peinado... durante más de veinte años. Como novela o como serie de televisión no vamos a ningún lado ¿Verdad?

En casa era imposible no topar con la costura y que no te salpicara. Mi madre apenas se levantaba de la máquina nada más que para hacer las comidas y comer. Incluso a mi padre en alguna época (cuando no había horas extras en la fábrica) le tocó pringar. No, no llegó a coger una aguja, él se especializó con la plancha. Otro aparato básico junto con la correspondiente tabla, que compartía, casi de forma permanente, el reducido espacio del comedor-cuarto de estar. Pegaba la fliselinas de las cinturillas, abría las costuras, asentaba bajos y le daba un repaso final a la prenda acabada y lista para doblar cuidadosamente y entregar en el taller.

No recuerdo con exactitud en qué circunstancias aprendí a enhebrar una aguja, o a hacer el nudo al final de la hebra retorciendo el extremo del hilo entre el pulgar y el índice (habilidad que de niña me maravillaba ver hacer a mi madre) pero lo que empezó como un juego entretenido, esa curiosidad maravillosa de los niños por aprender algo nuevo, pasó con los años a convertirse en un trabajo forzado. En un momento dado mi madre consideró que ya tenía edad para empezar a echar una mano con la labor. Además del colegio y estudiar ya tenía otras obligaciones en casa, del tipo de barrer, hacer los recados, fregar cacharros, etc, así que os podéis imaginar que la nueva obligación no fuera recibida con una sonrisa de niña buena, sobre todo porque ya no era una niña sino una adolescente dispuesta a enfrentarse a su madre como una leona por lo que consideraba un abuso de poder. Hubo broncas y gritos, pero tras duras luchas y negociaciones conseguimos llegar a un acuerdo, mi trabajo sería retribuido a razón (creo recordar) de un duro por bajo, es decir por falda. Eso ya era otra cosa, el dinero moviendo el mundo. Le cogí el tranquilo a aquello de coser dobladillos, cosía rápido, acumulaba faldas, sumaba bajos y al final de la semana cuando cobraba mi paga era feliz pensando en el siguiente libro que iba a poder comprarme.
La original la tiene mi hermana, ésta ha salido de internet

Cuando andaba por los catorce entró en casa una máquina moderna, una Refrey semiindustrial con un buen motor, que ayudaría a mi madre a coser más rápido con menos esfuerzo y la vieja Sigma quedó momentáneamente de lado. Tuvo mi madre la feliz ocurrencia de que el cursillo gratuito que ofrecía la casa Refrey para aprender todas los secretos de la máquina lo hiciera yo (tenía un montón de accesorios y posibilidades que mi madre prácticamente no llegó a usar nunca). No recuerdo bien si para entonces ya manejaba la Sigma, el  caso es que aquello acabó por soltarme en el manejo de las máquinas de coser y para ganar en productividad y efectividad mientras mi madre hacía el trabajo fino en la de motor yo pasé a coser los forros de las faldas en la de pedal. Y el caso es que le cogí el gusto a la máquina, me gustaba mucho más que coser a mano y le daba mecha al pedal. Cuando las dos máquinas funcionaban a un tiempo el concierto se hacía un pelín insoportable. No se si sería por nuestro trato más estrecho o porque sus líneas son más atractivas o porque su sonido es menos estridente, el caso es que la Sigma y yo hicimos buenas migas. No le tomé el mismo cariño al trabajo, demasiados años viendo a mi madre pegada a la máquina 15 horas al día para un magro resultado monetario. No quería saber nada de la costura. Tenía claro que ese no sería mi camino y en cuanto pude dejé de lado todo lo que tuviera relación con él. 

Años después me ha maravillado darme cuenta cómo era capaz de utilizar y llevar a la práctica cosas que en realidad no era consciente de saber hasta ese momento. Hasta el momento en el que la aguja deja de ser un martirio obligado a convertirse en un vehículo para la creación de tus propias ideas. Para eso fue necesario un periodo de alejamiento entre la costura y yo. Pasado el tiempo, a una distancia prudencial de la confección a destajo empecé a apreciar las ventajas de hacer mis propias cortinas, fundas de cojines y en su momento los disfraces necesarios para todas las fiestas infantiles. Cuando surgía la idea, mi cerebro parecía regurgitar conceptos y palabras que debían estar ahí latentes en algún pliegue a la espera de ser necesarios y sin apenas esfuerzo sabía como llevarla a cabo, aunque nunca aprendí a tomar medidas ni hacer patrones en base a ellas y mi destreza no da para confeccionar prendas un poco complejas. Empecé buscando la ayuda de mi madre para poco a poco ir ganando en atrevimiento y seguridad hasta que un día mi madre pensó que era más práctico que me llevara su vieja máquina a mi casa y no tuviera que ir a la suya cada vez que quería coser algo, total yo era la única que la usaba. Y aquí sigue conmigo, funcionando a pesar de sus muchos años y con muchísimas horas de trabajo a sus espaldas. Y si un día deja de funcionar seguirá ocupando un lugar especial en mi casa donde pueda mirarla y recordar a mi madre inclinada sobre ella y tantas y tantas tardes en que su familiar sonido servía de telón de fondo de mis juegos, de mis lecturas y de mi vida.

20 comentarios:

  1. Esa máquina es un trozo de tu vida.
    Me has despertado recuerdos de cuando yo era pequeño.
    Aynssssssss

    Besos enhebrados.

    ResponderEliminar
  2. :)) Bonitos recuerdos con línea de resonancias ;)
    Mis manos también tienen memoria de dos máquinas de coser: la de mi madre, una Singer preciosa que me vistió hasta casi casarme. Y la mía también Singer pero menos guapa y que también ha visto lo suyo en cortinas, ropa de niños y etc...
    Me ha encantado esta entrada intimista.
    Besotes grandes :)
    PS ¡qué desfile de modelitos en "El tiempo..."! no muy creíble ;)

    ResponderEliminar
  3. Mi tía tenía una como la de la primera imagen y no puedo evitar asociarla a mi niñez.

    ResponderEliminar
  4. Aquí, en esta casa había una con la que la madre de Marcos bordó su ajuar, pero cuando nos expropiaron se la regaló a una buena amiga. Era muy bonita.

    ResponderEliminar
  5. Esas máquinas de coser me parecen uno de los objetos más hermosos que se pueden encontrar en una casa. Me da pena no saber coser, ni haber tenido costureras en la familia. Una mujer balanceando sus pies en el pedal de la máquina... Me evoca tantísimas cosas. Casi magia :)

    ResponderEliminar
  6. Precioso post, evocador y personal. Todo lo relacionado con la costura creo que tiene un punto de entrañable incluso para quienes no sepan ni coser un botón. Yo no he avanzado mucho más de este punto pero me encantaría aprender, ahora parece que es tendencia, además. Las mesas y las máquina santiguas son preciosas, espero que esa joya siga dando la talla y sobre todo hilvanando buenos recuerdos.
    Un beso

    ResponderEliminar
  7. Mi madre también tenía una como la de la primera foto!! Y el caso es que coser, no recuerdo que cosiera mucho, supongo que era como las televisiones ahora, que todo el mundo tenía una.

    Me ha gustado leerte, de hecho me gusta más leerte de lo que creo que me va a gustar María Dueñas (que no he leído nada suyo, por otro lado). Y me alegro de tu reencuentro con la costura, que intuyo también un poco viciosa en cuanto le coges el truco.

    Gracias y un saludo!

    ResponderEliminar
  8. Ha sido ver la imagen y venirme a la mente mi infancia. Mi abuela tenía una y recuerdo las mil peticiones que le estaba haciendo siempre y lo que me gustaba sentarme a su lado y observar la facilidad con la que cosía
    besos

    ResponderEliminar
  9. ¡¡Hola Jara!!
    Mi abuela también tenia una, que recuerdos mas bonitos, siempre que me acuerdo de ella la veo sentada con su maquina de coser.
    Por cierto, la tienes muy bien cuidada, como se nota que la tienes cariño, parece como nueva.
    Besos y buen inicio de semana.

    ResponderEliminar
  10. Yo tengo una de mano (más antigua que esa), que aun funciona.
    Es preciosa.

    ResponderEliminar
  11. Aja!!, me has recordado cuando mi madre le daba al pedal de la máquina de coser y yo, antes de ir al colegio, o sea, muy pequeño, la enredaba columpiando mis muñequitos por la correa esa...hasta que recibía una colleja, jajajajaja...

    Y ahora, que ya no cose, pues se la ha pasado a Mari y está en casa. Pero juro que ya no columpio muñequito alguno...

    Un beso

    ResponderEliminar
  12. Una entrada entrañable, tus recuerdos parecen ser los míos en mis años más jóvenes, me he visto cosiendo y mis hijos alrededor esperando que me levantara, para ponerse en el pedal y mover la rueda imaginando un coche hasta enredar la canilla o alguna vez romper la aguja.
    Besos Jara.

    ResponderEliminar
  13. Cómo me gusta!
    Mi tía tenía una singer de pedal en una mesa de madera, de estas que sacas tú. Y en mi casa había una que venía encajada en una enorme maleta roja... qué recuerdos!
    Besos

    ResponderEliminar
  14. Yo tengo una, pero ha sido una especie de herencia,no teng otros recuerdos de ellas. Muy bonito el post. Un beso!

    ResponderEliminar
  15. Una parecida tenía mi madre! En mi cuarto estaba, así que muchas veces que hacía la tarea con mi madre al lado con su costura. Pero en casa del herrero, cuchara de palo... Lo mío no es la costura... Aunque ahora es cuando le estoy tomando interés y aprendiendo a usarla. Aunque no la misma, que ya se estropeó. Uys, como la recuerdo! En el huequecito de abajo tenía mi tambor de detergente con un montón de trastos dentro... ¡Me ha encantado tu entrada!
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
  16. Jara, no daba crédito a lo que leía, pero si has descrito el salón comedor de mi casa y la máquina SINGER ocupándolo todo como una reina. En mi casa no se le dio la jubilación y todavía sigue ahora relegada al olvido.
    Yo tampoco sé cuando aprendí a coser exactamente, creo que por ósmosis, no lo practico, pero sé hacerlo.
    A mi madre y su máquina de coser les dediqué un día esta entrada en mi blog http://mpmoreno.blogspot.com.es/2012/11/el-otono-tiempo-de-nostalgia.html
    ¡Qué recuerdos!
    Felices fiestas Jara para ti y los tuyos. Seguimos leyéndonos en el 2014.
    Un abrazo :)

    ResponderEliminar
  17. Hola Jara, yo creo que has descrito la mayoría de los comedores salita de la mayoría que te visitamos de cuando eramos niños, mi madre tenia una Alfa y con el tiempo pase a gastarla yo bordando a maquina que me encantaba, la maquina era una maravilla de como iba y aun hoy sigue igual aunque ahora la tiene una hermana mía, me ha encantado leer estos recuerdos tan entrañables tuyos y que a la vez hemos recordado los demás:)

    Besos.

    ResponderEliminar
  18. Pues aunque yo tampoco soy Sira Quiroga y no sepa coser nada de nada , mi vida también transcurrió entre máquinas de coser , telas , hilos y agujas , et ... hasta mis 40 años cumplidos así vivímos , rodeadas de 3 máquinas de coser y de todo lo demás ya que mi abuela, mi madre y mis dos tías que vivian con nosotras eran Modistas , pero ni una de mis hermanas ni yo aprendimos a coser , estábamos tan hartas de ver telas y agujas dese que nacimos , que no nos quedaron ganas , mi otra hermana es la que si heredó el amor por la costura y se hizo profesora de Patchword (además de Primaria) .
    Has descrito muy bien esos comedores-salita.sala de juegos-sala de todo que había en todas las casas en aquella época , o en casi todas . Las máquinas de coser que había en mi casa estan repartidas entre las tres hermanas que somos , aunque mi cuñada anda detrás de la mía ya que yo no coso pero ... no la suelto ni a tiros , jajajajaja .
    Me ha encantado tu actualización y lo he pasado genial ! ¡ Gracias , Jara ! Un abrazo grande

    ResponderEliminar
  19. Me atrajo el olor a café y las maquinas de coser que se parecen tanto a las mías y mi afición por las costuras y los hilos...
    Un abrazo y Feliz Navidad

    ResponderEliminar
  20. Esta entrada me ha encantado... yo tengo una máquina de coser antigua en casa, creo que perteneció a mi bisabuela.
    Feliz navidad!

    ResponderEliminar