¿Quedamos a tomar café?

Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.

Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.

domingo, 28 de abril de 2013

Arribes del Duero

Pues sí, como muchos de vosotros apuntasteis el río que daba nombre a mi viaje del viernes era el Duero. Los Arribes del Duero los encontrareis al oeste de las provincias de Zamora y Salamanca. Durante unos 100 km. aproximadamente transcurre el Duero entre cañones, sirviendo de frontera natural entre España y Portugal y a lo largo de esos kilómetros las opciones para disfrutar del viaje son muchísimas.

En este caso mi viaje transcurre principalmente por las Arribes zamoranas. Si buscáis información os encontrareis unas veces con "los Arribes" y otras con "las Arribes". En su momento, cuando yo hice ese viaje me contaron que en la zona zamorana son "las" y en la salmantina son "los". Si alguien con mejor información sabe aclarármelo le estaré agradecida.

Aunque han sido dos las ocasiones en las que he viajado a la zona en ambas me he alojado (mérito del hospedero) en la zona zamorana y aunque llegué en el recorrido a visitar parte de los Arribes salmantinos, es la parte de Zamora la que he  conocido un poco mejor y de la que forman parte la mayoría de las fotos que os enseñé el viernes para ilustrar el viaje. De estos dos viajes uno fue hecho durante el mes de diciembre y el otro en abril, y  yo disfruté mucho de ambos, aunque sin duda la primavera ofrece algunas ventajas innegables.

Son muchos los miradores y balcones que se encuentran a lo largo de los Arribes, algunos están en cascos urbanos, a otros se accede fácilmente y en otros casos hay que caminar un poquito y contar con las indicaciones de algún conocedor de la zona.

Yo os he enseñado lo que se puede ver desde El mirador de Las Barrancas








El mirador de la Peña del Cura





y El mirador de Las Escaleras






Pero antes de adentrarse en las Arribes recomiendo que no os olvidéis de visitar la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave. En su origen este templo estaba a orillas del Esla y fue trasladado piedra a piedra hasta su emplazamiento actual en El Campillo, cuando a principios del siglo XX se inició la explotación hidroeléctrica del río. El Estado, que había catalogado esta iglesia como monumento nacional en 1912, impuso a la compañía Saltos del Duero (la Iberdrola de hoy día) a la que se le había otorgado la concesión de la presa de Ricobayo, el traslado de la iglesia a otro emplazamiento para salvarla de la inundación del terreno que provocaría la construcción de la presa.



Continuando camino tendremos que encontrarnos con El Puente de Requejo, conocido también como Puente de Pino, que cruza el Duero entre Pino de Oro y Villadepera, se inauguró en 1914, aunque el proyecto lo realizó el ingeniero José Eugenio Ribera en 1897. ¿No os recuerda a una famosa torre parisina?






En cuanto a los paseos en barco, hay a lo largo de los Arribes, al menos que yo conozca, tres posibilidades. Y las tres merecen la pena, aunque para ello hace falta dedicarle bastantes días al viaje. Yo he hecho los distintos recorridos en las dos ocasiones en las que he estado en la zona.

Particularmente la que más me gustó fue la excursión que parte desde Miranda do Douro en la orilla portuguesa del río. De paso se puede aprovechar y comer en alguno de sus restaurantes un delicioso plato de bacalao y dar un paseo por el pueblo que bien merece la pena. Las otras excusiones se sitúan en la provincia de Salamanca, desde los pueblos de Vilvestre y de Aldeadávila, muy interesantes también.


Esta foto corresponde a Fermoselle, declarado conjunto histórico-artístico y desde el que parte el camino que nos lleva al mirador de Las Escaleras.



Como a estas alturas ya estaréis un poco cansados, sólo me queda identificar la cascada conocida como el Pozo de los Humos, la forma el río Uces antes de desembocar en el Duero y puede accederse  a ella desde Masueco o desde Pereña de la Ribera, en cada caso nos asomaremos a una de sus riberas y obtendremos distintas perspectivas, desde Pereña la vemos de frente y es la vista que yo conozco y que os traigo, desde Masueco se accede desde detrás y desde lo alto del salto. Esa es una vista que me ha quedado pendiente para mi siguiente viaje a la zona. Si os fijáis en la imagen de al lado se aprecia el camino de tierra que llega hasta lo alto de la cascada. Comentaros que el Pozo de los Humos se sitúa en los arribes salmantinos. 

Finalmente hacer una mención especial a la belleza natural de toda la zona. Desde el coche o con pequeños recorridos a pie todo el entorno en una auténtica maravilla. Podría enseñaros muchísimas más fotos y no cansarme de alabar los rincones deliciosos que pueden encontrarse en estos parajes. Nosotros tuvimos la suerte de contar con la guía y el consejo de un enamorado de su tierra que nos los ofreció junto con el alojamiento y la comida.  

Nuestro emplazamiento nos permitía además estar lo suficientemente cerca de Zamora como para poder hacerle más de una visita y disfrutar de una ciudad pequeña, llena de historia y encanto, donde todo está a mano y te permite conocerla fácilmente. 

Queridos compañeros de viaje virtual, espero no haber resultado un plomo con la explicación y si alguien se anima a pasar de la pantalla a los caminos estoy segura de que no se arrepentirá si elige este viaje con nombre de río por destino. 

Gracias a todos por participar en él, vuestros comentarios lo hacen mucho más interesante y divertido. Por lo tanto no puedo acabar sin mencionar a los viajeros que primero levantaron la mano y se acercaron a la respuesta exacta: Manuela fue la primera en mencionar la ciudad de Zamora, aunque tuviera sus dudas, iba perfectamente encaminada. Valaf no dudó en señalar con voz alta y clara que el río era el Duero. A los dos les cabe el honor de ser los viajeros más aplicados de este viernes. 






viernes, 26 de abril de 2013

Viernes de viaje-III- ¿Quién se apunta?

Adelante..., adelante... Vayan pasando y acomódense. ¿Vienen preparados para el viaje? ¿Se han acordado de calzarse las botas de siete leguas? No necesitan mucho más. Un calzado cómodo y el ánimo bien dispuesto, si acaso vendría bien tener a mano una pizca de curiosidad. 
Bien, veo que todos están ya servidos con su correspondiente café o té y no quiero hacerles esperar más. Sólo una última cosa antes de empezar, ¿han pasado antes por el baño? No hay ninguna parada prevista y aunque, si alguien lo necesita puede hacerse, les rogaría que en la medida de lo posible evitáramos interrupciones que entorpezcan el discurrir del viaje. ¿Qué? Perdón caballero, pero no le he oído bien, ¿podría repetirme la pregunta? No, el viaje no es muy largo, no creo que tarden más de... unos minutos en el recorrido completo, aunque esto funciona como los parques de atracciones más modernos, podrá repetir las veces que desee y pararse el tiempo que estime oportuno en cada punto, aunque eso sí, esos recorridos posteriores serán por su cuenta. Bueno, veo que se me empiezan a impacientar algunos viajeros.

 ¡Atención, queridos compañeros, el viaje acaba de empezar!

Hoy nuestro viaje tiene nombre de río y es más campestre que urbano, aunque de todo puede haber si ése fuera nuestro interés porque opciones no van a faltarnos. Diría que no es una zona demasiado conocida, pero tal vez me equivoque y ustedes, queridos viajeros, pueden levantar la mano cuando lo deseen y hacer sugerencias, aunque me reservo como organizadora del mismo el derecho a confirmar o no sus sospechas. Si me sale alguno un poco listillo y con ganas de lucirse, también se lo permitiré, que aquí venimos a disfrutar, pero que se vaya preparando que pienso exigirle más que a sus compañeros. 

Esta época es ideal para el viaje, el campo luce sus mejores galas y encontraremos un paisaje digno de nuestra admiración. Vamos a parar en algunos miradores que nos ofrecen unas vistas inmejorables sobre el río. Mirad:















 Ahora hay que caminar un poquito, pero no se hagan los remolones que merece la pena. 



¡Mira esas bocas abiertas!
                             ¡ay, si ya se lo decía yo!


Aunque la naturaleza tenga el protagonismo principal también vamos a encontrar monumentos creados por la mano del hombre que bien merecen una visita. Vamos a ver una pequeña muestra, no olviden que siempre hay que dejar algo por descubrir para poder volver en otra ocasión. 

No pueden dejar de entrar en esta pequeña iglesia visigoda del siglo VII u VIII, es una pequeña joya digna de una visita tranquila. 

Y de principios del siglo XX es este puente, que podemos cruzar con el coche, pero recomiendo acercarse hasta el centro andando y contemplar el río a uno y otro lado desde su altura. Les aseguro que no se van a arrepentir.



Hasta ahora hemos visto el río desde arriba, pero ¿qué les parece si bajamos hasta el nivel de las aguas y lo recorremos en barco? Hay mas de una posibilidad y si se portan bien a lo mejor les digo cual fue la que más me gustó a mi.


Aunque los pueblos no sean los protagonistas de este viaje, también los hay dignos de una parada. ¿Cómo? bueno no me refería a parar ahora mismo, pero como veo más de una cara ansiosa hacemos un pequeño alto. ¿Qué? ¡No me diga que le ha mareado el barco! 


A estas alturas del viaje quizá algún viajero avispado haya pensado que las imágenes no parecen muy primaverales y... acierta. Pero no crean ustedes que pretendía engañarles, a continuación en un abrir y cerrar de ojos nos trasladaremos desde el mes de diciembre al de abril en cuanto yo diga...

¡¡YA!!


Luce un sol espléndido y creo que todos nos merecemos estirar un poco las piernas, escuchar el murmullo del arrollo y tumbarnos un ratito en la fresca hierba. 

Les ruego que no se alejen demasiado, el viaje está llegando a su fin. En cuanto hayan descansado un poco pondremos rumbo a la ciudad.
¿Qué ciudad? Bueno la gracia está en que sean ustedes quienes me digan su nombre. La muestra quizá no sea muy grande pero es que no hay tiempo para más. ¿Les suena o no les suena? Miren que es ciudad vieja y con historia, dicen que difícil de tomar.



Señoras y caballeros nuestro viaje ha terminado, espero que hayan disfrutado de él. Por mi parte ha sido un placer viajar con ustedes, han sido unos compañeros atentos y pacientes. Espero haber despertado su curiosidad por las tierras recorridas y su deseo de hacerles una visita más detallada. Esto es si aún no las conocen, claro, para aquellos que ya hayan tenido el privilegio de visitarlas, espero que consideren que el viaje les ha hecho un digno homenaje.

A todos, mucha gracias por su compañía y espero volver a verles pronto.

lunes, 22 de abril de 2013

El invierno del mundo, de Ken Follett


No tuve ninguna duda. Llegaban las vacaciones de semana santa y tenía que elegir nueva lectura. En seguida pensé en El invierno del mundo. Para enfrentarse a sus aproximadamente 1000 páginas era mejor hacerlo cuando pudiera disponer de más tiempo para leer y  estas vacaciones eran su momento.

Aquellos que hayáis leído mis entradas sobre Ken Follett y La caída de los gigantes ya sabéis que me costó decidirme por esta nueva trilogía, pero que las buenas opiniones leídas tanto del primer como del segundo volumen acabaron de animarme.
Me gustó La caída de los gigantes, pero sin demasiado entusiasmo, la verdad. Sin embargo sí fue suficiente para hacerme con el segundo volumen ya que la Segunda Guerra Mundial siempre me ha llamado más la atención que la Primera, que era el escenario del primer libro de la trilogía.

Volvemos a encontrar a las mismas familias, los Williams, los Fitzherbert, los von Ulrich, los Dewar y los Peshkov, solo que ahora son los hijos los que se sitúan en el centro de la escena, en los protagonistas de los acontecimientos, quedando los padres como secundarios que aparecen en mayor o menor medida.
La novela transcurre entre 1933, con los primeros pasos del nazismo en Alemania para acabar en 1949, cuando La URSS consigue crear su bomba atómica y se da paso a esa etapa conocida como la guerra fría, que Follett tratará en el tercer y último volumen de esta trilogía.

En el segundo libro de The Century, Follett vuelve a demostrar su capacidad para la novela de acción, para narrar acontecimientos con un ritmo muy ágil, pasando por los distintos escenarios, de Alemania a Inglaterra, de Estados Unidos a Rusia, pintándonos escenas por las que transitan los distintos personajes que se enfrentan desde muy jóvenes a grandes cambios en sus países y en sus vidas.
Este autor se mueve muy bien en el ambiente bélico y he vuelto a encontrarme con el Follett que leí en mi juventud en aquellas novelas de espías que también transcurrían durante las guerras mundiales. Sí, Follett sabe escribir una novela de acción y si es lo que buscáis vais a disfrutar con este libro.

Reconozco que el objetivo de entretenerme lo ha conseguido pero también os digo que ni los personajes ni sus historias me han emocionado. Tengo la sensación de que Follett se queda en la superficie de los sentimientos, nos los cuenta, pero yo no consigo que me lleguen. A pesar de que, como es de esperar en tiempo de guerra, haya situaciones trágicas yo no me siento implicada cuando las leo.

En esta ocasión, al contrario de lo que aprecié en La caída de los gigantes, los personajes si parecen evolucionar a lo largo de la novela, pero encuentro muy superficiales los diálogos y la narración a mi juicio peca de simplona. Algo que es de esperar en una novela basada en la acción, en la que los personajes son un mero instrumento para desarrollarla  pero creo que en una novela histórica la ambición debería ir un poco más allá.
O quizá es que mi ambición al leerla era otra.

El eterno problema de las expectativas que una novela despierta en nosotros antes de abrir sus páginas. La idea que nos hacemos de forma previa de lo que esperamos encontrar en ella. Yo esperaba a otro Ken Follett, no al escritor de La clave está en Rebeca, sino al de Los pilares de la tierra. Esperaba una lectura más profunda, una narración más elaborada.
Como esto es evidentemente mi opinión personal, mi impresión subjetiva, no quiero dejar de animaros a todos los que aún no la hayáis leído a hacerlo. Que no haya satisfecho del todo mis gustos no quiere decir que no sea recomendable. Si os gustan las historias ambientadas en la Segunda Guerra Mundial y pasar un rato entretenido sin duda con El invierno del mundo vais a conseguirlo.


viernes, 19 de abril de 2013

Un cuerpo, un cuerpo solo, sólo un cuerpo; de Octavio Paz

Compromisos, horarios, otras aficiones, cansancio... motivos variados que me han mantenido un poquito alejada de mi blog y de los vuestros. Intenciones sí, muchas; tengo que..., casi todos los días, pero ya conocéis el refrán: Del dicho al hecho hay mucho trecho. Y yo me he perdido por el camino.

Pero basta de excusas. He sacado el servicio de café y el del té, la bandeja con las pastas y los licores y he buscado refugio seguro a mi dispersión en la poesía. Una forma tranquila de acabar la semana y de paso desearos un buen finde.

Adelante, los cojines están mullidos y el sillón de orejas deseoso de acogeros. ¿Café, té?

Os dejo con Octavio Paz y su poema Un cuerpo, un cuerpo solo, sólo un cuerpo.


Un cuerpo, un cuerpo solo, sólo un cuerpo,
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena…

Esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí
y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante:
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.

lunes, 15 de abril de 2013

Raquel y las nubes

   
No hay ni una nube en el cielo y el sol impone su fuerza y su brillo, pero Raquel no tiene ganas de jugar. Se sienta en la hierba y aspira su olor, se deja caer hacia atrás, mira ese cielo sin límites y se siente perdida. Se hace pequeña y no encuentra donde agarrase.    ¿Dónde están las nubes para hacerse una cuna y que el sueño la acoja en sus brazos de olvido?


La tarde no avanza, los pájaros vuelan felices y veloces en ese cielo sin barreras, pero Raquel no quiere jugar.
Rueda por el suelo hasta quedar de espaldas al inmenso azul que la rodea. 

                                    Grita: ¡Viento, trae a las nubes! 

Después más bajito: quiero verlas bailar con sus vestidos de gasa, quiero que formen un corro y en medio de ellas hacerme un ovillo... cerrar los ojos y que el viento jugando entre ellas, me silve al oído canciones de cuna.

Los niños se marchan, los ruidos se aquietan, porque el sol aburrido de un cielo sin gracia les vuelve la espalda. Las sombras se alargan y allí, a su vera, Raquel se ha dormido.

Ya no hay sol, el azul se ha perdido y al conjuro del sueño, las nubes, ¡al fin!, han venido.



miércoles, 10 de abril de 2013

José Luis Sampedro y su Sonrisa etrusca




Mientras tomaba ayer mi café de sobremesa acabé de leer En un rincón del alma de Antonia J. Corrales y dediqué el rato que aún me quedaba antes de volver al trabajo para visitar alguno de mis blog habituales. Fue en el de Koncha, Desde Vallecas, donde me sacudió la noticia del fallecimiento de José Luis Sampedro.   
Durante buena parte de la tarde mis pensamientos rondaron en torno a su figura, consulté páginas en Internet, leí las noticias que sobre el suceso se habían publicado y pensé en los libros que de él he leído. 
Entre todos ellos mis pensamientos se concentraron en la primera novela suya que leí y que casi me atrevería a decir que es la primera que nos viene a la mente cuando hablamos de José Luis Sampedro, me refiero a La sonrisa etrusca. 
La compré llevada por las buenas recomendaciones que sobre ella me habían llegado, pero quizá porque, como suele ocurrir en los casos en los que ponemos muchas expectativas en una lectura, añadido a que probablemente no era el mejor momento para que yo la leyera, al terminarla me dejó una sensación de decepción. No quiere esto decir que no me pareciera una buena novela, muy bien escrita además, sino que no encontré la emoción que alentaba la recomendación recibida, no conseguí conectar con ella. El fallo no estaba ni mucho menos en la novela, sino que en ese momento yo no era la lectora adecuada para ella. Mi edad, mis circunstancias personales, mis intereses de ese momento se conjugaban para dificultar que entre la historia de La sonrisa etrusca y yo prendiera la chispa que lleva a la complicidad, a esa sintonía entre obra y lector que convierte el juicio frío y distante en pura emoción. 
Con el paso de los años leí otras novelas de José Luis Sampedro y varias veces pensé que debía releer La sonrisa etrusca, pero ya sabéis... siempre hay nuevas tentaciones a mano que relegan estos propósitos a la lista de reserva una y otra vez.
Ayer por la tarde, sin embargo, en una labor de arqueología literaria rescaté de la fila del fondo y del estante más alto de la librería mi libro de La sonrisa etrusca. El hecho de que además, justo ese mediodía, hubiera terminado el que tenía entre manos, me pareció la señal definitiva de que era el momento de darle, de una vez por todas, esa segunda oportunidad que estoy convencida de que se merece. 

Mi libro es una edición de Circulo de Lectores de 1986 y comienza con un pequeño prólogo del propio autor en el que nos ofrece a sus lectores el relato de cómo surgió y como se gestó esta novela. 
Leer esta presentación, que no recordaba y que nos cuenta en primera persona esa experiencia me produjo una emoción muy especial. 
Tanto si habéis leído el libro y queréis saber algo más sobre él, como si no lo habéis leído pero sentís curiosidad por conocer mejor al gran escritor y gran humanista que fue José Luis Sampedro os dejo algunos párrafos  extraídos de ese prólogo.

               "Queridos lectores del Círculo:
   Me animó tanto vuestra selección de mi Sonrisa etrusca que quiero corresponder completándola, con el relato de su propia creación, en esta carta especial dirigida a todos y cada uno de vosotros. Espero pueda interesaros esa historia si, como yo lo deseo, llegáis a entrar en mi novela, pues los libros sólo florecen y perduran cuando son verdad para los lectores, que se enriquecen así con el mundo del autor. Para lograr esa comunicación escribimos nosotros, como el náufrago lanza en la botella, desde la isla, su grito de soledad."

"...en el invierno de 1982 hice un viaje a Estrasburgo, donde me había nacido un nietecito.
    ¿Conocéis Estrasburgo? Desde siglos antes de albergar el Parlamento Comunitario es una de esas nobles capitales de nuestra cultura humanista donde, como en Viena o en Florencia, se ensancha el corazón de todo buen europeo. En la gótica fachada de su catedral un Angel Tentador nos ofrece la manzana de la vida con una sonrisa indescriptible: sabia, voluptuosa, melancólica... Desde mi cuarto, en casa de mi hija, veía yo el edificio neoclásico de la Universidad, coronado por las estatuas de sus maestros: Lessing, Herder, Schleiermacher... y, entre ellas, la de Goethe, que allí estudió sus primeras humanidades mientras, en el cercano pueblecito de Sesenheim aprendía, con Federica Brion, la lección imborrable del primer amor. En Estrasburgo nació mi novela, relato del último amor.
   Una noche algo como un gemido me despertó y me hizo acudir a la alcobita del niño. La nevada caída durante el día reflejaba el resplandor lunar y el de las farolas callejeras derramando por el ventanal una líquida claridad mágica. Todo era silencio; ¿habría yo soñado aquel gemido? Me acerqué a la cuna y contemplé la lunita del rostro. Iba a retirarme cuando el niño me retuvo abriendo sus ojos, redondos y misteriosos como pozos oscuros. Antes de que sollozara le cogí en brazos y envolví nuestros cuerpos en una manta, acunándole suavemente. Pero tardó en dormirse y, al paso de los minutos, iba el niño pesando en mis brazos, entrándose en ellos y haciéndome suyo al hacerse mío... Eso fue todo: evadirme con él del reloj y los mapas, contemplar su carita aún no surcada por los afanes y los días, respirar su olor lácteo y frutal, acoger la elástica firmeza del cuerpecito, flotar juntos en la noche transfigurada. Eso fue todo."

   "Experiencia trivial, me diréis. Pero, pensadlo bien: ¿acaso no es milagro la luna, el mar, una rama en la brisa, todo lo cotidiano? ¿No es mágica la palabra? ¿No os asombra que yo, ahora mismo, mediante sencillos signos, esté reviviendo para vosotros el temblor de aquella emoción? Llamamos trivial al milagro que nos pasa inadvertido, pero yo aquella noche tuve suerte. La vida me dio clarividencia y el niño se me hizo futuro germinando en mis brazos, dispuesto a colmarse de gentes y experiencias, pasiones y secretos. Me vi ya muerto, pero recordado en él. Me deleité en ser viejo porque así paladeaba mejor aquel instante inmortal. Me hice simple cuna de su puro existir, sentí como carne mía la suya en mis brazos... Éxtasis del monje a quien se le fueron cien años escuchando un momento al ruiseñor.
   Al día siguiente la vida volvió a ser trivial, pero la semilla estaba echada. En el verano de 1983 afloró en mí la hojita de hierba: la idea de un cuento que ya escribiría. La ocasión no llegó hasta el verano, pero entones ya había crecido hasta ser una novela corta que aún se fue alargando más al enriquecerse, en los misteriosos vericuetos de la mente, con dos nuevos elementos: un escenario inspirador, la Calabria (aunque sólo la he visto de lejos, desde el mar), y un símbolo, la sonrisa de las terracotas etruscas. Pues así  como en los labios de un Buda se dibuja la bienaventuranza, en la sonrisa etrusca resplandece la vital sabiduría de la carne."

"Una novela humilde donde importa la ternura, la comprensión de la vida, el... Pero basta: sois ahora vosotros quienes habéis de encontrar en ella -si acerté como autor- la verdad vuestra, la que todo lector añade al texto que le llega adentro. A vuestra sensibilidad me encomiendo."


                                                                                                                          Jose Luis Sampedro


En apenas 60 páginas he podido comprobar que mi sensibilidad actual poco tiene que ver con la que esta novela enfrentó la primera ver que la leí. Es evidente que las impresiones que una lectura nos causa no dependen tanto de la novela en sí misma como de la subjetividad absoluta del lector y sus circunstancias personales en el momento de leerla. 

No sólo como escritor, sino como economista y como humanista José Luis Sampedro tendrá siempre toda mi admiración y mi respeto. 



(No sé bien como ha ocurrido, seguro que ha sido mi torpeza y no el duende de blogger, pero la primera versión de esta entrada no estaba lista para ser publicada y sin embargo en algún momento sin que fuera esa mi intención, lo ha estado. Pido perdón a los primeros lectores y les doy las gracias porque encontrarme sus comentarios a una entrada que no era consciente de haber publicado me ha echo darme cuenta del error.)

domingo, 7 de abril de 2013

A veces... te recuerdo


Te recuerdo sentado en un banco del Retiro esperando paciente a que nos cansáramos de columpiarnos. Y la pregunta invariable cuando me veías llegar antes de tiempo y sentarme a tu lado sin decir nada: ¿ya te has mareado?

Recuerdo verte llegar entre la gente con la visión borrosa por las lágrimas y sacudirme en el culo, sin mucha fuerza, la verdad, con el periódico que llevabas en las manos, tan aliviada por dejar de estar perdida que la regañina y el azote me sabían a gloria.

Te veo al borde de un campo de fútbol de tierra un domingo por la mañana, disfrutando con esos chavales de barrio que jugaban su partido como si no hubiera nada mas importante en el mundo,  mientras nosotros jugábamos cerca.

Veo tus manos que echan mano al bolsillo para sacar un puñado de caramelos o unos frutos secos y la alegría de tus ojos que reflejan la nuestra.

Te veo llegar cansado, con los hombros caídos, tras una larguísima jornada. Hay que echar horas extras, el sueldo no llega.
Las películas del oeste, el Un, dos, tres, los toros y el fútbol, sentado a la mesa camilla con un vasito de vino blanco, algo de queso o embutido en un platito y la incuestionable presencia del paquete de Celtas.

Recuerdo el asombro que me produjo descubrir ese caudal de ternura inagotable al recibir en los brazos a tu nieta. El orgullo de mostrarla por el barrio, de llevarla a dar una vuelta en los caballitos del Cine París.
¿Sabes? Ha habido otros. Niños y niñas que no han podido jugar contigo a “tope tope”, pero yo lo he hecho por ti.

¡Ah! Esa felicidad del 1 de agosto cuando llegaban las vacaciones y ese año se podía ir al pueblo. Qué extraña me parecía entonces, no acababa de entender esa exultante alegría que salía por todos los poros de tu piel. Esa alegría no me parecía propia de padres, sólo de niños ante la aventura de las vacaciones.

Era tu sueño. Sólo mucho más tarde lo supe.
El anhelo de la jubilación, como liberación, para poder volver al pueblo.
Nunca pudiste cumplir tu sueño. Se truncó demasiado pronto. Incomprensiblemente.

Te recuerdo… te recuerdo callado, tendido, frío. El aire movía la cortina del dormitorio y yo te miraba fijamente esperando que abrieras los ojos en cualquier momento, pidiéndote con toda la fuerza de mi voluntad que te movieras, incapaz de aceptar que allí había acabado todo. Sintiendo que yo también me helaba por dentro.

El recuerdo se presenta cualquier día, en cualquier momento, sin avisar, y sabes… después de tantos años, casi siempre provoca una sonrisa, una agradable sensación de calidez y ternura, pero a veces, algunas veces... aún duele. 

viernes, 5 de abril de 2013

Viernes de viaje, o algo parecido.

Aunque prometí no enseñaros las fotos de mis vacaciones voy a incumplir un poquito mi promesa, pero sólo un poquito. Como hoy viernes tocaría ir de viaje he pensado que voy a proponeros un viaje un poco distinto.

Estas vacaciones tenían un claro propósito de descanso así que hoy no voy a enseñaros fotos turísticas, no vamos a viajar hacia un lugar sino hacia un estado de ánimo. Vamos a pasear con calma y a dejar que nuestros pensamientos y nuestra mirada se pierdan en lo más insignificante o que encuentren grandes historias debajo de las piedras o enredadas en las nubes.

Para empezar el viaje de hoy tenemos que atravesar esta puerta. ¿Os imagináis la llave tan fantástica que puede encajar en esa cerradura? Cada uno tiene la suya propia, a veces juega con nosotros y se esconde, matirile, rile, rile, pero si buscáis con atención seguro que la encontráis.


Los primeros pasos de mi viaje me empujaban hacia el mar, necesitaba escuchar su respiración, su ritmo, dejarme acunar por las olas. Respirar despacio dejando que el aire húmedo y salado se cuele por todos los rincones arrastrando las tensiones, el mal humor y los pensamientos negativos.


Al cabo de unos pasos la mente está suficientemente limpia de pensamientos inútiles como para apreciar las pequeñas obras de arte que en su retirada ha pintado el mar sobre la arena. ¿Que artista pintaría mejor la belleza anárquica de estas lineas ondulantes?


 
















En mi deambular viajero de estos días me encontré con un castillo encantado y como la lluvia se empeñaba en ser una compañera intermitente decidí meterme en él a buscar entre sus piedras viejas historias de princesas.  Yo creo que en ese balcón bien pudiera haber estado más de una noche asomada, una joven princesa, mirando la luna llena reflejándose en las cumbres nevadas y anhelando la llegada de quien pudiera rescatarla del tedio principesco para correr mil aventuras por los caminos que adivina tras las montañas en vez de pasar las horas sentada en este duro banco de piedra viendo caer la tarde con la labor en las manos.


No creáis que fue fácil escapar de los fantasmas que aguardaban sigilosos entre sus muros la oportunidad de encontrar unos oídos propicios en los que verter sus penas maceradas en siglos de silencio.


Con la cabeza elucubrando sobre cuanto de lo oído y presentido entre aquellas paredes podría ser cierto y cuánto no sería producto de la febril imaginación fantasmal me deje llevar por mis pies sin rumbo fijo.

Estos pasos sin destino me llevaron a un lugar de verdes prados, perfectos para pararme a ver crecer la hierba y mirar como se abren las flores. 







También intenté entrar en dialogo con algunos animales que encontré en el camino pero éstos no quisieron que les contaminase con mis chismes de ciudad y aunque alguno me miró con la  curiosidad de los jóvenes, otros, sin duda más mayores y sabios ni siquiera levantaron la cabeza de sus quehaceres dejándome con la palabra en la boca. Siguiendo el consejo que leí en unos ojos sabios  me limité a disfrutar de lo que me rodeaba sin preguntarme para qués ni por qués.
















El agua era reina y señora. Corría, saltaba y   adornaba con brillos de joya a la flores. A veces dudaba entre caer tímidamente o quedarse prendida en las nubes y con ellas envolver los árboles y jugar al escondite con los montes y las casas. 


















Un rato después cansada del juego caía con fuerza y entendí que era hora de marcharme. Estaba a punto de caer la noche y yo era una extraña, una nota discordante en aquella perfecta sinfonía.



Y ya sólo me queda una etapa para completar este particular viaje a lo intrascendente, un viaje hacia el interior para dejarlo limpito de adherencias extrañas que la rutina, las obligaciones y el tedio, van depositando día a día en nuestro ánimo y no nos dejan ver lo que realmente importa.  



Nos queda el sol, la luz y el viento. El viento que va a sacudirnos hasta que soltemos lo que nos lastra para llevárselo confundido con la arena de la playa. 

El viento que por un tiempo a desbaratado el manto espeso de nubes para dejar que los rayos del sol alegren la mañana y se deja unas cuantas para moldearlas  a su antojo. 






De nuevo queriendo sentir más que pensar, mis pasos me llevan a la orilla del mar y mis ojos que vagan de las olas a las nubes, de las nubes a la arena, se detienen en el blanco perfecto de una concha, en el brillo nacarado de otra, en las ondas que la marea dejó grabadas en la arena, en ese mundo pequeño que a ras de suelo nos pasa inadvertido cuando nuestra cabeza anda demasiado ocupada con las ideas que bullen en ella.



No hace falta buscar, solo hace falta mirar para encontrar. 

Un viaje lleno de pequeños tesoros, de tiempo para mirar, de aire, de agua, de luz, de algunas palabras, las justas. Y se acaba con la placidez de este atardecer.



Hoy no tenéis que adivinar el destino del viaje porque cada uno sabe qué puerta abre su llave y las fotos podrían estar hechas en cualquier de ellos, pero éstas forman parte del mío y representan el espíritu del mismo.