¿Quedamos a tomar café?

Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.

Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.

viernes, 24 de enero de 2014

Miserables, ayer y siempre

El otro día volví a ver la película Los Miserables (la versión de 2012 dirigida por Tom Hopper) y me emocionó aún más que la primera vez que la vi. Quizá porque en esta ocasión no necesitaba estar tan pendiente de los subtítulos y pude sentir mejor la fuerza de las imágenes y de la música. El caso es que desde esa noche le vengo dando vueltas a la idea de que siempre ha habido y siempre habrá Miserables.

En todas las épocas, en todos los tiempos, en todas la civilizaciones. La historia de la humanidad está repleta de miserables en distintos grados y acepciones: esclavos o siervos, victimas del racismo o el colonialismo, del empleo precario y los contratos basura, pobres de todos los colores, de todas las razas, de todas las religiones, del tercer mundo, del segundo y del primero. De sur a norte, de este a oeste y a lo largo de todos los siglos, la sociedad humana siempre ha estado formada por una minoría que ejerce el poder (y acumula fortuna y privilegios) y una mayoría que se somete a él, que es válida en tanto genere beneficio y provecho a los poderosos. Han podido cambiar las formas, pero el fondo no ha cambiado jamás.

Ni rebeliones, alzamientos y revoluciones, ni declaraciones de principios y de derechos han evitado que los miserables del mundo entero se sigan contando por millones, pero al ver la película pensé que hay algo que nunca podrán arrabatarles/arrebatarnos a los miserables de todos los tiempos, de toda la tierra, y es la dignidad y el orgullo de luchar por dejar de serlo. Aunque pierdan, aunque perdamos. Aunque lo que parecen pasos de gigante, acaben siendo de hormiga, aunque la ilusión del avance acabe estrellándose con los infranqueables muros de una realidad en la que siempre acaban triunfando los cuatro más avispados y con menos escrúpulos.

Confío en que en esta lucha, sin cambiar el fondo, cambien las formas, cambien las armas. Confío en que sea suficiente con empuñar las palabras, con la resistencia pasiva, con la oposición pacífica, con la unión de muchas voluntades decididas a no dejarse arrollar. Aunque sólo cambien unas caras por otras, y los zares y emperadores se llamen presidentes o banqueros o especuladores. Aunque la división no desaparezca nunca, merece la pena.

Por los Jean Valjean y las Cosette que lo consiguen. Y por las Fantine, Eponine y Gavroche que se quedan en el camino. Para que su sacrificio no sea en vano. Para no agachar la cabeza y consentir. Para que no nos quiten la dignidad de luchar por una vida mejor.

Os dejo la versión en español de La canción del pueblo del musical (¡que dejé escapar sin llegar a verlo!) y la misma escena de la película subtitulada en inglés. Que cada cual elija la que más le guste. 





viernes, 17 de enero de 2014

¡Bienvenida Ana María!




Dichosa la hora en que la Taberna más famosa de todo el mundo conocido acogió a su princesa. Dichosos los que allí llegamos y compartimos su dicha, 
                                                          ...y lo que a bien tengan compartir, con éstos, sus seguros admiradores.



¡¡Muchísimas felicidades Jordi, Mari y familia al completo!!

miércoles, 15 de enero de 2014

Repaso literario del 2013

"Mujer joven leyendo en una ventana" Delphin Enjolras

"La lectura es uno de los más extraños prodigios de la memoria y de la vida. De una manera aun más sutil que la oralidad, el acto de leer supone un encuentro de dos singularidades, de dos mentes que entrederraman sus particulares experiencias"

                                                                                                             Emilio Lledó


Hace mucho que no nos tomamos un café hablando de libros y literatura ¿verdad? Pues el 15 de enero me parece una bonita fecha para hacer un repaso de las lecturas del año pasado. No pretendo valorar si han sido muchas o pocas, en primer lugar porque siempre serán muchas menos de las que me hubiera gustado leer. El deseo, los múltiples deseos, se estrellan sin remedio con la realidad de un tiempo siempre escaso. Asumidas mis limitaciones me interesa mucho más ver cuantas han supuesto una satisfacción, un descubrimiento, el placer de cumplir un propósito adquirido conmigo misma y sobre todo repasar los buenos momentos que determinados libros me han deparado y compartirlo con vosotros, con la curiosidad por saber vuestra opinión o vuestra propia experiencia en aquellos títulos o autores en los que podamos coincidir. Como es lógico en el balance hay de todo: bueno, menos bueno, del montón, olvidables e inolvidables. Como en todas las casas. En general me siento satisfecha con el conjunto. No ha habido abandonos por incompatibilidad, ni por aburrimiento y no soy de las que acaban todos los libros que empiezan, precisamente porque me parece un desperdicio dedicar mi escaso tiempo a un libro que no me aporta nada, cuando hay tantos aguardando su oportunidad de deslumbrarme. Sí ha habido decepciones, aunque éstas, generalmente, son más achacables al lector que al libro y unas cuantas del montón, de las que te entretienen un rato sin mayores consecuencias. A mi de lo que me apetece hablar es de esas lecturas que por una u otra razón me han dejado alguna huella o simplemente un sabor de boca especial al terminarlas.

Así fue un placer saldar mi deuda con Charles Dickens, leyendo Historia de dos ciudades y con otro de los grandes, pero de aquí, con Benito Pérez Galdós y sus Episodios Nacionales, que siempre me había dado la impresión de que debía ser una obra sesuda y pesada y he descubierto con Trafalgal que estaba muy equivocada, siendo, al contrario, una lectura ágil, sencilla y entretenida. También volví, después de muchos años, a Jane Austen para disfrutar de su estilo único con Emma y acabé el año con Bran Stoker y su Drácula. Digamos que estas lecturas responden a mis retos personales del año. Grandes escritores y grandes obras que acaban quedándose en la cuneta sin saber bien por qué y que han formado parte de mis propósitos cumplidos del 2013. Todos han sido muy satisfactorios y mi intención es seguir durante este próximo año disfrutando de sus letras.

Dentro de la novela histórica (uno de mis géneros favoritos) ha destacado La reina descalza de Ildefonso Falcones. Me cautivaron sus personajes femeninos y he disfrutado aprendiendo cómo era la vida en España en el siglo XVIII, especialmente para la comunidad gitana. He leído unos cuantos que giraban en torno a la guerra civil y las guerras mundiales, que también suelen contar con  mi favor y sin embargo, ninguno ha conseguido destacar, quizá me gustaría mencionar Ayer no más de Andrés Trapiello, por su visión sobre las heridas no cerradas que la guerra civil dejó en este país. Dentro del género negro ha destacado El sindrome E de Franck Thilliez, con una pareja de policías de fuerte personalidad y una trama compleja y bien urdida que te mantiene en tensión hasta el final. Un final en el que el autor vuelve a echar el anzuelo y espera que los lectores piquemos. Conmigo lo ha conseguido, el siguiente de la serie, Gataca, ha sido el que ha estrenado mi año lector y sigo queriendo más. Continué la trilogía victoriana de Felix J. Palma y volví a disfrutar con la originalidad de la historia que nos cuenta en El mapa del cielo, y espero con ganas que este año se publique el último libro para dejarme llevar por las fantásticas aventuras de H. G. Wells.

El rescate de Paul Auster del banquillo en el que lo había dejado descansando me ha deparado una de las mejores lecturas del año con su Brooklyn Follies y el descubrimiento de Philippe Claudel con La nieta del señor Linh la mayor dosis de ternura. Me doy cuenta, al escribir ahora sobre ello, de que una buena parte de las mejores experiencias lectoras del año pasado se han producido con autores de los que aún no había leído nada. Además de Claudel, me ha sorprendido muy gratamente Elena Ferrante con La amiga estupenda, que forma parte de una trilogía que continúa con Un mal nombre y que espero leer durante este año. 

De los autores extranjeros descubiertos este año pasamos a los españoles. Encuadradas también en ese género tan amplio e indefinible como narrativa contemporánea estarían las tres últimas novelas que quiero comentaros y que a su vez han resultado el feliz descubrimiento de tres autores que me han hecho disfrutar con el impecable desarrollo literario de sus historias. En primer lugar quiero señalar el delicioso paseo por La ciudad de los ojos grises de la mano de Felix G. Modroño. Una novela impregnada de una atmósfera sutil y melancólica, agridulce, que te dejará con una ganas enormes de salir corriendo a visitar Bilbao. Por otro lado, Care Santos con Habitaciones Cerradas, una historia familiar que transcurre en Barcelona desde principios del siglo XX hasta la actualidad, que me ha sorprendido por el perfecto engranaje de las piezas de la historia, saltando hacia delante y volviendo atrás en el tiempo, mostrando y ocultando al mismo tiempo, componiendo un puzzle que sólo al final del libro nos permitirá abarcar el cuadro completo. Para este año me estoy reservando con mimo su última novela, El aire que respiras, y aunque sé que las expectativas pueden jugarme una mala pasada, tengo el convencimiento de que no puede defraudarme.

Termino con Yo confieso de Jaume Cabré, que también transcurre en Barcelona y en la que, como ya nos anticipa el título, su protagonista, Adriá Ardévol, nos narra su vida, pero lo hace en ese tono íntimo y absolutamente sincero de la confesión, sin intentar quedar bien, desnudándonos su alma y haciéndonos sentir todo lo que de bueno y bello y mezquino y ruin y noble y generoso y egoísta y… tantas buenas cualidades y defectos tenemos los seres humanos en distintas medidas y proporciones. Una novela de la que no sólo puedo decir que ha sido mi mejor lectura del año, sino que ha pasado al selecto grupo de las memorables. 


"El autor sólo escribe la mitad del libro.
 De la otra mitad debe ocuparse el lector"

                                                                                                Joseph Conrad



viernes, 10 de enero de 2014



RIMA LXXIII

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

                * * *

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

                * * *

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

                * * *

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos...!

                * * *

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.


autógrafo

domingo, 5 de enero de 2014

Noche de reyes

Acabó de atar el lazo del último paquete.
Con su blanca melena desordenada y la gastada túnica de faena llena de restos de purpurina y cintas de colores, se incorporó trabajosamente y con los brazos en jarras miró lleno de orgullo el enorme cargamento de regalos dispuesto para ser repartido. Un año más parece que van a conseguirlo. Al empezar la tarea siempre siente que es demasiado grande para abarcarla y aunque los años parezcan pasan sin sentir, lo cierto es que los viejos huesos cada vez protestan más por la sobrecarga de trabajo. Sin embargo la ilusión y la experiencia se encargan de compensar el largo desgaste de los siglos.

A un lado, Baltasar ha terminado de cepillar a los camellos y está atareado ensillándolos y poniéndoles sus más ricos adornos. Ha tenido que esforzarse mucho porque los terciopelos se encontraban en mal estado y han necesitado una cuantas sesiones de tintorería mágica para que pudieran lucir brillantes y sedosos. También ha habido que sustituir algunos cascabeles roncos por otros nuevos que repiquetean alegres. El viejo camello de Melchor se hace el remolón, piensa que él ya no está para tanto trote y que estaría mucho mejor tumbadito en su corral comiendo y durmiendo. Baltasar le da una palmada y le susurra unas palabras al oído. El efecto es inmediato, con un par de pasos elegantes se coloca a la cabeza del grupo, alzando la suya con arrogancia y lanzando miradas de reojo a los otros camellos, como avisándoles de que él sigue siendo el líder, el más antiguo y al que le corresponde la tarea de guiar a la comitiva.


El brioso camello de Baltasar lanza un par de berridos de protesta que cesan de inmediato bajo la mirada severa de su dueño y con la cabeza un poco gacha se coloca en el último lugar. Baltasar le recuerda lo importante que es su puesto en la retaguardia, asegurándose de que nada se pierda en el camino. Una labor que requiere a un animal joven y ágil, despierto y rápido de reflejos, justo las cualidades que él posee. Entre uno y otro, el siempre sensato, cabal y experimentado camello de Gaspar, no tiene prisa por nada, no se impacienta nunca y jamás se pone nervioso. Es consciente de la tremenda responsabilidad que descansa sobre su joroba y sólo piensa en cumplir con ella un año más.   

Un poco más allá, una figura de melena castaña camina encorvada sin que parezca ir a ningún sitio. De este a oeste, de oeste a este, pasos rápidos y nerviosos, murmurando incesantemente, agitando un montón de cartas que lleva en las manos. De repente se para sorprendido: interrumpiendo su paso se encuentran Melchor y Baltasar con los brazos cruzados.

   -¡Pero bueno! -exclama con los brazos en alto- ¿Es que no tenéis nada mejor que hacer que interrumpirme? ¿No veis lo ocupado que estoy? ¿Cómo vamos a llegar a tiempo si os quedáis ahí parados como unos pasmarotes? ¿es que siempre tengo que ser yo el que lo haga todo?
   -Los camellos están dispuestos –contesta Baltasar serio y tranquilo, sin alterarse lo más mínimo por los aspavientos de su colega. 
   -Los regalos también están listos –dice Melchor con una sonrisa comprensiva, sacudiendo su vieja túnica con mucha calma- ¿Y tu? ¿Tienes ya preparada la ruta  y hechos todos los cálculos para que cada regalo llegue a tiempo a su destino?
   -¡Por supuesto que sí! –con un rápido movimiento de su mano izquierda desplegó un larguísimo rollo de papel lleno de nombres, números y símbolos-Todo está aquí y aquí -dijo señalándose la despejada frente con el índice de su mano derecha.
    -¿Te has acordado de los niños que no saben escribir? ¿Y de los que no creen en nosotros?  -le pregunta Baltasar.  
   -¿Acaso lo dudas? -contesta airado Gaspar, empezando a perder la paciencia -Están todos en mi lista: los mayores, los incrédulos, los que no tienen zapatos e incluso los que tienen demasiados, ¡TODOS! 

   -Venga queridos amigos, debemos confiar en que nuestra magia alcance para todos y que cada uno reciba algo de lo que desea o aquello que más necesite -interviene Melchor con autoridad zanjando la cuestión- Ya sabemos la dificultad que entraña nuestra labor y que a pesar de nuestra mejor voluntad no siempre lo conseguimos, pero recordad que los niños siempre son los más importantes. Sin ellos, nosotros no existiríamos. Su confianza, su ilusión y su fe, son nuestra fuerza y así debe seguir siendo. ¡Venga! vamos a ponernos manos a la obra que tenemos mucho trabajo por delante.
Gaspar un poco avergonzado por haber perdido los nervios bajó la cabeza y Melchor inclinando la suya en señal de asentimiento y conformidad dijo:
   -Bien, estamos dispuestos pues. Les daré a los pajes las instrucciones para que empiecen a cargar los regalos.
   -Yo iré a ver si los trajes están ya preparados –dijo Baltasar- mis pajes estaban acabando de sacar brillo a las coronas y cepillando mis babuchas.
   -Id, id a ver –dijo Gaspar aún con el ceño fruncido, pero dejando la irritación de lado- Mis pajes ya tienen sus instrucciones y están preparados para salir en cuanto estemos listos.

Todos los años le pasa lo mismo. A pesar de los largos años de experiencia, la enorme responsabilidad que recae sobre sus hombros, la de hacer coincidir cada regalo con su correspondiente destinatario, lo convierte durante unos días en un viejo gruñón e irascible, haciendo que sus pajes tiemblen sólo con verlo cerca, los camellos se mantengan lejos de su camino y sus colegas... bueno, ellos simplemente esperan el momento propicio para pinchar el globo, sabedores de que el estallido no puede hacerles mella alguna.

Ahora Gaspar, con el semblante serio, reflejo de la preocupación por la tarea que les espera, pero ya más tranquilo, pasea con sus cartas y sus rollos de pergamino bajo el brazo, pasando revista a sus pajes. Poco a poco, mientras recuerda las caras ansiosas de los niños que esperan, y la ilusión con la que van a irse a dormir y las sonrisas y la alegría y la felicidad cuando al levantarse vean los regalos que esperan... su gesto se va relajando, sus ojos se dulcifican y una gran sonrisa le ilumina la cara. Un suspiro unánime se escapa de las filas de los pajes. Su rey está preparado para la larga noche de trabajo.

En los confines del mundo, allá por el oriente, donde el cielo empieza a cubrirse con su brillante manto de estrellas, una comitiva está preparada para partir a cumplir el sueño de millones de niños. Melchor se pone a la  cabeza, Gaspar da la orden de marcha, Baltasar vigila que nada quede atrás. Se miran y sonríen. Allá van.  ¡¡Vaya noche les espera!!