¿Quedamos a tomar café?

Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.

Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.

viernes, 30 de octubre de 2015

Viernes de viaje -XV-.En otoño, aún mejor

Hemos dejado el verano atrás, el blog y su cafetera van entrando en calor y las viejas costumbres vuelven a brotar con la lluvia, como las setas, así que hoy, último viernes del mes de octubre, toca liar el petate y ponernos de nuevo en marcha. Toca viajar y jugar. ¿Quien se anima?


Octubre es un mes perfecto para viajar. A ver, a mi ninguno me parece malo cuando se trata de coger carretera y manta, pero lo cierto es que objetivamente 
hablando es un mes estupendo. Los días aún no se han acortado demasiado, las temperaturas son suaves y la luz y los colores del otoño son únicos y hay que sacarles provecho. Solo necesitamos una pizca de suerte para que la lluvia, si se presenta, sea una compañía llevadera y no excluyente. Así que armados con la cámara de fotos, un buen calzado y un paraguas nos ponemos en marcha.




En estas fechas hay que cederle el protagonismo al paisaje porque para ello se viste de gala y desde luego os aseguro que ha sido una autentica gozada recorrer estas tierras, estos valles y montes donde el verde ya ha empezado a rendirse y a ceder su espacio a los amarillos, los ocres y rojizos creando unas combinaciones bellísimas. Castaños, hayas, vides, chopos, álamos... una auténtica sinfonía de color.





Pero no es solo el medio natural, también vamos a encontrarnos unos pueblos en los que El Camino ha ido dejando su huella. Llenos de historia, monumentos, iglesias, monasterios. Calles para recorrer despacio, ruinas para escuchar con calma.















Apenas te separas de los núcleos más importante y tienes la impresión de haber viajado en el tiempo. 

Carreteras angostas por la que conduces con los dedos cruzados para no encontrarte con ningún otro vehículo tras esa curva ciega y estrecha, valles cerrados a los que el silencio les da nombre. 







Pequeños pueblos de calles embarradas, casas de piedra, tejados de pizarra, donde la llegada de los que vienen de la capital a recoger la castaña convierte su vida en una vorágine.

Escondidos entre montañas, rodeados de belleza, custodian algunas joyas arquitectónicas únicas que por sí mismas ya justifican el viaje por estos difíciles caminos.








Además de los conjuntos urbanos, de la arquitectura, de la historia, de la belleza otoñal...

además de todo eso cuenta la zona con un espacio natural declarado Patrimonio de la Humanidad que he dejado para el final porque supongo que puede ser suficientemente conocido como para daros la clave de todo el viaje y que, por supuesto, también el por sí solo lo justificaría plenamente.

¿Os parecen pocas razones para perderos por aquí? Pues hay muchas más. Yo tampoco he alcanzado a conocerlas todas, lo que, superada la primera frustración no es sino la excusa perfecta para volver en otra ocasión. Y pronto, espero.

Ahora os toca a vosotros, seguro que alguno ya sabe por donde ha transcurrido nuestro viaje de hoy y en todo caso ya sabéis que por probar nada se pierde. Os animo a pinchar en las imágenes y verlas a tamaño completo, no os perderéis ningún detalle. 

domingo, 25 de octubre de 2015

Un verano para la novela negra

     Retomemos viejas costumbres, hablemos de libros y lecturas. Aunque ya va avanzando el otoño yo que aún estoy poniéndome al día con el blog, me apetece hacer un pequeño balance de mis lecturas veraniegas.

     Ha sido este un verano para la novela negra, a juego con mi humor y mi ánimo y por lo tanto con un resultado muy positivo. Hasta hace un par de años era éste un género que yo tocaba muy de vez en cuando, pero de un tiempo a esta parte han habido, sobre todo unos cuantos autores españoles, que me han ido llevando cada vez más a su terreno. 

     Parece lugar bastante común lo de elegir lecturas "ligeras" para el verano, como las ensaladas y el gazpacho, fáciles de digerir. Sin embargo para mi, tradicionalmente, este tiempo de descanso me parecía el más adecuado para dedicarlo a lecturas que requirieran una mayor concentración o que me plantearan situaciones y narrativas más complejas precisamente por disponer de más tiempo para la evasión y el relajo con otras actividades placenteras. No ha sido así en esta ocasión. No estaba mi cabeza para complicaciones, lo que necesitaba era evasión y para ello nada mejor que la acción intensa de la caza de un asesino que mantuviera la mente ocupada haciendo cálculos y analizando pistas intentando al mismo tiempo no perderte en la trama y mantener los distintos hilos entre los dedos.

     Así han sido unos cuantos los que han pasado por mis manos entre arena de playa y plácidas noches de terraza:
          - Vestido de novia de Pierre Lemaitre 
          - Mr. Mercedes de Stephen King
          - La estrategia del pequinés de Alexis Ravelo 
          - La Trilogía del Baztán de Mercedes Redondo (El guardián invisible, Legado en             los huesos, Ofrenda a la tormenta)
          - Y la de César Pérez Gellida, Versos, canciones y trocitos de carne (Memento                mori, Dies Irae, Consumantum est)

     Aunque el protagonismo lo han tenido ellas otras se han colado entremedias porque me gusta variar, pero en esos casos, aunque ha habido algún que otro acierto, la verdad es que en general no he quedado demasiado contenta. Es evidente que este verano pedía un remedio muy concreto y no hay necesidad de contrariarlo cuando la botica lectora tiene preparados para cada necesidad y momento. Aún así, para redondear el resumen del verano y no hacerlas de menos voy a destacar las dos que fuera del género negro, mejor sabor de boca me han dejado. Han sido La pintora de hielo de Kristin Marja Baldursdottir y La Universal de Toti Martínez de Lezea.

     Me gustaría dedicarles unas palabras a todos porque todos merecen atención y aunque entre mis objetivos de vuelta está dedicar más espacio a los libros, lo cierto es que ello requiere un tiempo del que siempre ando escasa y un esfuerzo para el que no siempre tengo ánimo. Intentaré, sin embargo, traer alguno de ellos con más detalle para intercambiar con vosotros mis impresiones.

     Hoy como resumen, simplemente deciros que Pierre Lemaitre y Alexis Ravelo han sido, cada uno en su estilo, un gran descubrimiento y pienso repetir con ambos. De Stephen King comentar que a pesar de su popularidad es un autor del que he leído muy poco porque el terror no es lo mío y me decidí por Mr. Mercedes precisamente porque se aleja del terror para meternos en una novela policíaca al más puro estilo norteamericano con la que he quedado muy satisfecha. De Mercedes Redondo y César Pérez Gellida os cuento que han conseguido hacerme una auténtica adepta a la novela negra y convencerme de que la mejor novela policiaca la tenemos aquí, en casa, que no tiene que venir ni del norte, ni del oeste ni de ningún otro sitio. Y a mi, que queréis que os diga, como que me identifico mejor con lo que ellos me cuentan. Pero sin exclusividad, que en esto de las lecturas todo cabe si es bueno. Y hay mucho bueno dentro y fuera para seguir disfrutando con lo que el cuerpo nos pida en cada situación.

jueves, 15 de octubre de 2015

¡Vaya veranito!

¡Vaya veranito!

Hace unos días me encontré con una vecina en el portal, hacía algún tiempo que no coincidíamos y al preguntarle que tal habían pasado el verano la exclamación le salió del alma. Pasamos un rato intercambiando impresiones sobre los chicos, los estudios y el complejo trabajo de ser padres. Nuestras historias y experiencias diferían muy poco en lo esencial. Así que, ya en casa, después de un rato de dar vueltas a los temas tratados en el animado cotorreo vecinal aproveché un hueco y me senté a escribir. Esto es lo que salió.

Pues sí, chica, vaya verano que hemos pasado. Aunque sienta la tentación de hacerlo, no voy a decir que sea el peor de mi vida. No. Espero que me queden suficientes veranos por delante como para que otras circunstancias mucho peores que las me han amargado el presente, puedan convertir en infierno otro verano futuro. Así además, evito, o intento mantener en unos límites proporcionados, las angustias presentes.

Con el calor empezó el desierto. Mayo y el fin de curso. Y los suspensos y las peleas, academia sí, academia no, profesores particulares, no hay vacaciones. ¡Ay, el niño! ¡Cuánto duele el dichoso niño! Nada que visto desde fuera no se vea como un accidente más de la vida, cotidiano, ordinario, nada del otro mundo, es cierto, pero hay que joderse como consigue dejarte noqueada.

Los dichosos estudios, esa adolescencia que debería ir acabando, esa madurez que aún le falta mucho para cuajar pero que desde su óptica le carga de razón. Y que difícil, que imposible incluso, encontrar el equilibrio entre el intervencionismo y el mero acompañamiento. ¿Dónde dejar de ordenar, de imponer? ¿Dónde dejar que yerren, que tropiecen? ¿Pasarse o quedarse corto? ¿En qué escuela nos preparan a los padres para ello?

No hay edad buena, o mala. O todas lo son, buenas y malas. Ya sea por el llanto incomprensible del bebé en mitad de la noche, o la fiebre incontrolada, o los inevitables pulsos para ver cuanto estira la cuerda antes de romperse, o la constante preocupación por los amigos, los estudios, los peligros cibernéticos, los monstruos que vemos los padres acechando por todas partes a nuestro niño del alma. Da igual. Motivos nunca faltan, es cierto. Pero también lo es que a medida que cumplen años los problemas se cargan de un componente distinto, ese momento terrible de la adolescencia, cuando empiezan a darse cuenta de que son entes independientes, que pueden tener ideas no sólo distintas a las tuyas sino completamente opuestas, el momento de la rebeldía, de probarse y yo diría que aún peor es el final de esa etapa, cuando realmente creen firmemente que ya son mayores, que ya tienen juicio sobrado, que saben mucho más que tu de todo y por supuesto que nadie sabe mejor que ellos lo que les conviene y lo que tienen que hacer o no hacer. Llámese estudios, salidas, bebidas, amoríos. Con que suficiencia, con que tono cargado de razón, de convencimiento, te dicen eso de: ¡qué ya tengo dieciocho años! Con la certeza de que no hay mejor argumento que demuestre que saben no sólo lo que se hacen, sino cómo tienen que hacerlo. Y a ti no te queda otra que mirarle con una sonrisa un poco triste y dándole un beso en la frente, decirle, claro hijo, ya eres mayor,  porque tu sabes que hay que cumplir muchos más años para darte cuenta de lo poco que sabes en ese momento. 


Curiosamente, días después del encuentro y de escribir esto, me enviaron (no mi vecina) por guasap este vídeo de una conferencia que dio el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, que viene al pelo. 
Echale un vistazo, no podrás evitar la sonrisa

miércoles, 7 de octubre de 2015

Café con principio de otoño en taza nueva.


Las invito a pasar. Se dispersan aquí y alla. El otoño, dicen, que las ha mandado a paseo y que están cansadas de vagar, que si no me importa, les gustaría descansar un rato, que han escuchado la música y han olido el café y no han podido resistirse. Un poco de calor humano les basta. Dejo que se asienten en mi ánimo y cuando me quiero dar cuenta... ¡ya estoy divagando! Pensamientos, sin mucho ton y poco son. Palabras recién rescatadas y ansiosas por jugar, que van y vienen de hoja en hoja, indagando, escuchando...

¿A qué sabe el otoño?
A bizcocho de chocolate con nueces y pasas y  un leve regusto final a humus, a tierra mojada.

¿A qué huele el otoño?
A café recién hecho, a té con menta, a manzanilla con anís y unas gotas de lluvia recién nacida.

¿Qué tacto tiene?
Sutil y delicado, vibrante y alegre, lana sobre las rodillas, seda en el cuello y moaré crujiente en los pies.

¿Y La luz? ¿Cómo es la luz del otoño? 
Veleidosa, inconstante, caprichosa. Tan pronto dorada y alegre como gris y llorosa. Se adapta a todos los humores. Fuerte tendencia hacia la luz eléctrica conforme avanza y se debilita.

¿Y cómo suena?
A murmullos, siseos, rozamientos, crujidos, goteos, susurros...
¿Y sus colores?
Dulce de calabaza, amarillo de uva, gris perla y.... a ver, a ver, estas hojas que hay por aquí... pero... ¿Se puede saber qué pasa?

De repente, sin que medie corriente de aire alguna, las hojas empiezan a arrastrarse entre las patas de las sillas y a elevarse sobre las mesas. Las sigo... amarilla, amarilla, marrón, roja, ocre, marrón, roja...

Giran a mi alrededor, me rozan una mano, se posan en el pelo y susurran en mi oído... ¡Baila! ¡baila con nosotras! ¡Escucha la música! ¡Así suena el otoño!

Y escucho. En la radio, que ha estado puesta todo el tiempo sin que le hiciera mucho caso, suena una canción. ¡Claro! ¿por qué no? el otoño al calor del amor en un bar. Sonrío y bailo. ¿Me acompañáis?