¿Quedamos a tomar café?

Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.

Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Cuando el estrés es bueno


Dicen que el inicio de un trabajo nuevo provoca estrés.
También dicen que cierto grado de estrés es bueno, que pone en funcionamiento nuestro mecanismo de defensa, agudiza nuestros sentidos y nos prepara para sobrevivir.
El estrés debe ser una respuesta puntual, el problema se presenta cuando la situación de estrés se mantiene en el tiempo.

1.-Yo acabo de iniciar una labor nueva. Una labor no retribuida. Tampoco obligatoria. Puedo dejarlo mañana y ni mi vida ni la de nadie sufrirá cambio alguno. Sin embargo voy a empeñarme siempre en hacerlo lo mejor posible, incluso aunque no saliera de mi estricto ámbito privado. Si, de una u otra forma, va a implicar que alguien pueda juzgar el resultado, el interés por el trabajo bien hecho es una exigencia (que lo consiga o no ya es otra cosa).

2.-Una actividad nueva implica aprender el manejo de nuevas herramientas. De momento, tras una semana de uso, me temo que aún no he conseguido su  dominio y tengo que lidiar con su aparente rebeldía y con la frustración que me produce mi falta de control. En todo caso, ésta es una preocupación menor. Es una cuestión de práctica y la práctica una cuestión de tiempo (espero que no mucho).

3.-Cuando esta nueva ocupación no sustituye a otra, ni viene a ocupar un hueco vacío, se produce un grave problema de espacio. Debe hacerse sitio en un tiempo escaso y ya saturado de otras ocupaciones igualmente ociosas que ya estaban allí desde antes. Las de siempre alegan que la antigüedad es un grado, la nueva intenta imponerse vestida de aventura, de reto. Y mientras se pulen aristas para intentar que encaje la nueva pieza se producen desbordamientos. El tiempo dedicado a la nueva actividad acaba robando horas al sueño, que solo me afecta a mi, y lo que es peor a mis otras obligaciones  domésticas que afectan a terceros que no deberían verse implicados en este conflicto. 

4.-Ser “el nuevo” en algún sitio no suele ser una posición cómoda, pero es inevitable que se produzca, así que, a no ser que alguien elija libremente su aislamiento, el nuevo intentará hacer amigos con los que compartir su experiencia y pasar a ser Andrés el de control, María la de contabilidad o Jara la de Tomando café. Conseguir esto no siempre resulta fácil y durante ese tiempo, mientras somos el nuevo, nos sentimos un poco inseguros sobre el terreno que pisamos. 

Esta primera semana ha sido difícil.
El punto numero 1 y el 2 y el 3, según qué días, han amenazado con llevar a mi nivel de estrés a la parte roja del estresómetro.
Contra todo pronóstico, el punto numero 4 ha salvado la situación.
Empiezas por supuesto, con la esperanza de “hacer amigos”, pero no esperaba encontrar respuesta en los primeros días, ni siquiera en las primeras semanas.
Cuando el lunes 24, tras el estreno, llegó el momento de ponerme con mi nueva tarea, no me podía creer lo que mis ojos me enseñaban en la pantalla del ordenador.
Cuatro personas habían aceptado mi invitación a acompañarme en esta aventura.
A lo largo de la semana algún acompañante más ha ayudado a reforzar mi confianza.

Y en realidad este era el objetivo de todo este rollo, reconocer que gracias a este empujoncito en mis primeros pasos inciertos, he conseguido que mi estrés se haya mantenido en un nivel de alerta y tensión soportables y me atrevo a decir que incluso saludables.

Mi corazón os lo agradece sinceramente.





jueves, 27 de septiembre de 2012

Los formales y el frío de Mario Benedetti


Para relajarnos al final de la semana un poema.
Se puede elegir entre leerlo con calma cada uno a su ritmo o ver y escuchar la versión mas marchosa de Joan Manuel Serrat. 


Quién iba a prever que el amor, ese informal
se dedicara a ellos tan formales

mientras almorzaban por primera vez
ella muy lenta y él no tanto
y hablaban con sospechosa objetividad
de grandes temas en dos volúmenes
su sonrisa, la de ella,
era como un augurio o una fábula
su mirada, la de él, tomaba nota
de cómo eran sus ojos, los de ella,
pero sus palabras, las de él,
no se enteraban de esa dulce encuesta

como siempre o como casi siempre
la política condujo a la cultura
así que por la noche concurrieron al teatro
sin tocarse una uña o un ojal
ni siquiera una hebilla o una manga
y como a la salida hacía bastante frío
y ella no tenía medias
sólo sandalias por las que asomaban
unos dedos muy blancos e indefensos
fue preciso meterse en un boliche

y ya que el mozo demoraba tanto
ellos optaron por la confidencia
extra seca y sin hielo por favor
cuando llegaron a su casa, la de ella,
ya el frío estaba en sus labios ,los de él,
de modo que ella fábula y augurio
le dio refugio y café instantáneos

una hora apenas de biografía y nostalgias
hasta que al fin sobrevino un silencio
como se sabe en estos casos es bravo
decir algo que realmente no sobre

él probó sólo falta que me quede a dormir
y ella probó por qué no te quedas
y él no me lo digas dos veces
y ella bueno por qué no te quedas
de manera que él se quedó en principio
a besar sin usura sus pies fríos, los de ella,
después ella besó sus labios, los de él,
que a esa altura ya no estaban tan fríos
y sucesivamente así
mientras los grandes temas
dormían el sueño que ellos no durmieron.





¡Feliz fin de semana!

El mapa del tiempo


"-A ver si no se me ha olvidado nada: dos cortados, uno solo con hielo y otro solo calentito, un descafeinado con leche, un te con limón (Si,  se admiten infusiones en la tertulia) y dos con leche muy caliente, ¿me falta alguno? Hoy tocan pastas, otro día ya os pongo un bizcocho de chocolate que está para chuparse los dedos.
Que sí, que ya me siento. Venga, silencio, que así no os enteráis de nada y luego tengo que repetir. Hoy vamos a hablar de EL MAPA DEL TIEMPO, de Félix J. Palma."


Un poco antes del verano leí alguna reseña y opiniones sobre un libro, El mapa del cielo, y un autor, Félix J. Palma, desconocidos para mi.  Me atrajo enseguida el argumento y no dudé en apuntarlo en la agenda de libros pendientes de cita con un puntito amarillo, que es el que corresponde a los libros preferentes. El pequeño inconveniente es que tenía que marcar dos citas porque El mapa del cielo pertenece a lo que su autor llama “Trilogía victoriana” y aunque son de lectura independiente yo prefiero empezar por el principio, así que a principios de septiembre le tocó el turno de ser mi acompañarme a El mapa del tiempo.

Empezaré diciendo que su lectura ha hecho un poco mas llevadera la vuelta al trabajo tras las vacaciones. Nos encontramos enseguida con un narrador que ya nos advierte que él lo ve todo, lo escucha todo y lo sabe todo y que incluso se va permitir el lujo de contarnos la historia en el orden que mejor le parece sin respetar estrictamente el orden cronológico, a mí  este narrador que me habla desde el primer momento de forma tan clara y directa me cayó bien enseguida y en cuanto empieza a narrar, el tono y las palabras que emplea, me trasladan rápidamente a la atmósfera cálida de una cocina en la que reunidos en torno al hogar el abuelo se dispone a contarnos una vieja historia.

Por momentos tengo la impresión de tener entre las manos un libro de aventuras de los de antes, la historia me atrapa y ya me parece que me envuelve la niebla del Londres de 1888, donde Jack el Destripador acecha por las tristes callejas del barrio mas miserable de todo Londres sembrando el terror durante unos meses para luego desaparecer sin dejar rastro…¿o no fue así como ocurrió?.
 En el Londres de finales del siglo XIX con el escritor H. G. Wells y su libro La máquina del tiempo como eje, nos adentramos en una historia en la que, por un momento, parece que vamos a caer en  una novela fantástica más para en el momento siguiente descubrir que no, que está firmemente asentada en la realidad.  Mientras leemos nos vamos moviendo sobre en una fina línea que nos obliga constantemente a plantearnos si será posible, si algún día estas ciencias que adelantan una barbaridad y que han conseguido que nos podamos comunicar de forma instantánea con imagen y sonido prácticamente con cualquier punto de la tierra y en cualquier momento desde el salón de nuestra casa, no serán capaces de encontrar la forma de viajar en el tiempo como se viaja, por ejemplo, por la autopista del Mediterráneo, eligiendo a nuestro antojo el punto en el que deseemos hacer una paradita para echar un vistazo.
Y sobre todo se nos plantea la pregunta del millón, ¿es posible cambiar el pasado? ¿y de ser así, qué consecuencias podría acarrear? ¿puede haber un yo del pasado y un yo del futuro? ¿podrían existir muchas historias paralelas? Bueno, es evidente que se nos plantean la del millón y muchísimas mas. 

Felix J. Palma nos lleva  finalmente a viajar en el tiempo tejiendo un mapa de hilos de colores que se ramifican una y otra vez, que van y vienen haciendo y deshaciendo otras posibles realidades alternativas. Parece que va a perderse en ese ir y venir entre el futuro y el pasado. Piensas que en cualquier momento va a tropezar y el relato se le va a ir de las manos, pero acabas descubriendo que no, que no se le ha escapado ni un solo cabo, que la trama del relato está perfectamente tejida y se asienta con firmeza en una realidad absolutamente posible.

Pero es mucho mas que esto, en torno a este afán de viajar en el tiempo nos encontramos con un joven caballero de buena posición que quiere viajar al pasado para librar a Marie, una prostituta de la que se ha enamorado, de Jack el Destripador, o con la joven Claire que no se resigna al papel secundario que la sociedad de esa época le asigna y sueña con viajar al futuro para encontrar una vida distinta y... acabará encontrándola. Al avispado y astuto empresario sin escrúpulos, escritor frustrado, que convence a todo Londres de que él tiene la forma de llevarles al año 2000 y organiza expediciones guiadas. No podía faltarnos un inspector de Scotland Yard inteligente pero pobre que no puede viajar el futuro pero se encontrará con él.
En medio de todos está Wells, que se ve involucrado por una u otra razón en todas estas historias y que es el único que parece saber con certeza que los viajes en el tiempo no son posibles, pero ¿realmente no lo son?

He disfrutado mucho con este libro. Me ha parecido una historia y sobre todo un planteamiento muy original. Los personajes creo que están muy bien conseguidos, sobre todo me gusta como nos ha dibujado al escritor H.G. Wells, con luces y sombras, muy real. Me ha encantado el estilo narrativo, el lenguaje “victoriano” que nos traslada perfectamente a la época que debemos vivir con los personajes.
Ni que decir tiene que estoy deseando leer también El mapa del cielo y dejarme arrastrar de nuevo a la aventura, pero dejaré pasar un poco de tiempo, no quiero saturarme y me apetece cambiar de estilo.

"Bueno, ahora que se han acabado las pastas es el momento de que me deis vuestra opinión. Sobre este o sobre El mapa del cielo y si aún no los habéis leído creo que merece la pena dejar volar un poco la imaginación y especular con lo que vosotros haríais si pudiérais viajar en el tiempo. ¿iríais al pasado a desfacer entuertos? ¿o al futuro para ver con vuestros propios ojos si al final hemos conseguido devastar el planeta?"

martes, 25 de septiembre de 2012

El placer de la lectura




Mi GRAN AFICION es leer, me define tanto como el color de mis ojos o el pésimo humor con el que me levanto cada mañana, me ha acompañado toda la vida y para mi leer es tan imprescindible como comer o dormir y espero que siga siendo así siempre, dure lo que dure ese siempre.

He aterrizado en este mundo de la mano de los libros, ellos me han hecho saltar de un blog a otro cuando me llamaba la atención un título que me rondaba la cabeza buscando una referencia que acabara de confirmar o que me hiciera desistir de mi intención de leerlo y he acabado descubriendo y leyendo títulos que de otra forma probablemente nunca hubiera reparado en ellos.


Me encanta hablar de libros, sobre libros, pero una cosa bien distinta es escribir sobre ellos con la intención de que los demás sepan qué van a encontrar cuando se decidan a abrir su portada: argumento, personajes, estilo. Todo ordenado y expuesto de forma coherente. Yo lo he intenté y no me salía. Así que no voy a escribir reseñas que merezcan ese nombre sino que he decidido limitarme a dar mi opinión, contar mis impresiones absolutamente subjetivas  sobre libros que vaya leyendo o que haya leído hace tiempo pero que por uno u otro motivo me asalte el impulso de hablar sobre él.

Por lo tanto, mañana hablaremos del gobierno.  ¡huy! ¿en qué estaría yo pensando?
No, lo prometo, solo voy a hablar de un libro.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Feliz año nuevo


Sí, sé que es 25 de septiembre, pero para mí el año empieza ahora. Acaba de empezar como cada septiembre.
No podía entenderlo, cuando era pequeña  no me entraba en la cabeza que los años se contaran de enero a diciembre, no le veía la lógica por ningún lado, eso no podía ser, simplemente el calendario estaba mal hecho.
En septiembre todo era nuevo, todo era un estreno, empezaba la difícil travesía del nuevo curso, nueva clase, nuevo profesor, un estuche nuevecito en el que cada cosa ocupaba su lugar correspondiente, las pinturas perfectamente alineadas como ejército disciplinado.
Solo los libros eran heredados en buena parte, pero cuando tenía el raro privilegio de estrenar alguno ¡que maravilla! que gusto pasar las hojas lisas, impecables y aspirar ese olor a tinta y papel que enseguida se desvanecía bajo la tiranía diaria de las clases.

Septiembre y octubre sirven para calentar motores y para cuando llega la Navidad, con los exámenes del primer trimestre, el curso alcanza su velocidad de crucero. El impulso dura sin mayores tropiezos lo que tarda en llegar la primavera y las vacaciones de Semana Santa, y tras ellas, conforme la naturaleza va desperezándose y el solecito de mayo empieza a calentar a través de los cristales, las fuerzas empiezan a flaquear y se mira con desesperacion  el  calendario para contar cuantos días faltan para el final de curso. Con el cierre del curso (dando por supuesto que ha sido superado satisfactoriamente) el año acaba como debe ser, con unas merecidas vacaciones en las que descansar del esfuerzo realizado y tomar impulso para el siguiente.

Todo esto creo que sigue teniendo vigor cuando los inicios de curso hace mucho que se quedaron atrás y simplemente retomamos el trabajo de siempre, con los mismos compañeros y el mismo jefe de siempre, y volvemos a apretujarnos con un montón de desconocidos en vagones de metro o compartimos impacientes y resignados el atasco de cada día, ¿no nos bombardean en septiembre con toda una batería de nuevos programas de tv y se ponen a la venta  las nuevas e imprescindibles colecciones de fascículos en las que nos ofrecen la casa victoriana que siempre hemos deseado tener o las alucinantes maquetas que no pueden faltar en ninguna casa?  y ¿no nos apuntamos (de nuevo) con entusiasmo al gimnasio que va a hacer desaparecer en un pis-pas los kilitos trabajosamente adquiridos a base de cervezas, paellas y helados durante el verano o ese curso de inglés que ¡por fin! va a ser el definitivo, el que nos abra las puertas a una vida mejor? 

No puede ser de otra manera porque en septiembre es el momento de poner en marcha todas las ideas, iniciativas y buenas intenciones que nuestra cabecita ha tenido tiempo de gestar en esas largas y plácidas horas tumbados en la playa, paseando por el campo o sentados en una terraza. Durante el resto del año es imposible: trabajo, estudio, casa, niños, compras, leer, ordenador, tele, dormir. Simplemente no da para más. Tienen que llegar las vacaciones en verano para pararnos, pensar y con las fuerzas repuestas enfrentarnos al nuevo asalto. 
Y en septiembre todo vuelve a empezar.


Con los años me he resignado al cómputo oficial pero mi calendario interno me sigue diciendo que el año empieza ahora. 
Ya me he apuntado a clases de aerobic y espero ansiosa el inicio de mis series favoritas y en vez de apuntarme a un curso de ingles me he embarcado en este blog. 


¡Feliz año a todos!




domingo, 23 de septiembre de 2012

Tomando café


¿Quedamos a tomar café? ¿Quién no ha formulado o contestado esta pregunta?
Con unas tazas de café por testigos cuantas historias no se habrán tejido y destejido, cuantos secretos susurrados, cuantos pactos, acuerdos, contratos y rupturas, cuantas chispas no habrán saltado en un cruce de miradas con unas manos rozándose sobre un velador de mármol.

Voy a hacer un repaso:
Está el primer café de una mañana laborable, generalmente un café tomado a toda prisa, sin saborearlo, sin compartirlo con nadie, este casi no cuenta. Está el de la máquina del trabajo, vaso y palillo de plástico, un brebaje que nunca tomaríamos si no fuera porque es una excusa perfecta para darse un respiro y charlar con los compañeros e intercambiar cotilleos, no tiene ninguna trascendencia pero puede llegar a proporcionar momentos delirantes  (Camera Café solo exageraba un poquito). 

El café que tomas con un amigo, con una hermana, con la pareja, de tú a tú, donde el intercambio pasa a un terreno personal y que puede resultar muy gratificante o absolutamente catastrófico, sin duda son los mas importantes porque casi seguro que en la vida de todos hay uno de esos cafés grabado a fuego en nuestra memoria.

Y ese café delicioso con alguien que todavía no sabes bien si te gusta, si tú le gustas, pero en el tiempo que tarda el café en enfriarse en la taza, esperas la palabra, el gesto, la mirada que te convenza, al tiempo que sientes tus manos torpes que no sabes donde colocar, encima de la mesa, sobre el regazo, en la cucharilla que no paras de dar vueltas y vueltas inútiles mientras piensas en la palabra certera y dejas vagar la mirada sin saber bien donde posarla. A veces sale y a veces no, pero el café ayuda.

De todos los cafés “sociales”, yo me quedo con el de la sobremesa. Sí, sin duda mi favorito es el café que viene tras una buena comida (buena no quiere decir cara, no tiene que ser en un restaurante y ni siquiera es necesaria una celebración) con unos amigos, con la familia incluso, ese café reposado que puede venir acompañado de una copa o de un cigarro, pero que lo que lo hace realmente especial es la conversación. Ese tiempo sin medida que puede acabar cuando la luz del día empieza a apagarse o cuando la luz de la mañana despunta tras los cristales, para hablar de lo divino y lo humano, para intentar arreglar el mundo, para ponerlo todo patas arriba, para reírnos de todo y de todos, sobre todo de nosotros mismos, con una pizca de acidez, con mucha ironía, que puede llegar a degenerar en voces un poco altas o destempladas, en encontronazos o escaramuzas, pero en el que la sangre nunca llega al río, porque siempre habrá alguien que ofrezca otra taza de café en el momento oportuno.

Sólo me queda tratar el café no compartido, el que nos sirve para acompañar un rato de lectura, escuchar música, la película de la tarde, o el que acaba enfriándose en la taza mientras aporreamos el teclado del ordenador. Aquí el café propiamente dicho cobra mayor trascendencia porque ya no actúa como mera excusa para el intercambio social sino que es un fin en sí mismo. Ese ratito nuestro se merece un buen café, aromático e intenso, acompañado de un chocolate puede ser sublime y dejar que se enfríe por teclear en el ordenador imperdonable, aunque esto ocurra casi sin darnos cuenta.

Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual. 
Abierta queda. Si algún día alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea a la tertulia.