¿Quedamos a tomar café?

Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.

Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.

viernes, 28 de marzo de 2014

Sólo una canción

Café con música para este viernes. 


La música es para un estado de ánimo, tiene su momento. Puede que justo ahora no te apetezca, o no puedas pararte a escucharla, o sencillamente no es la que te gusta, no pasa nada... será por días y cafés. 


Aquí, ahora mismo, está anocheciendo. Esta ha sido una semana fría, el invierno se resiste a cederle el sitio a la primavera pero en dos días habrá cambiado la hora y llegará el tiempo de la luz. Y yo que soy más de invierno que la escarcha, aprovecho este último fin de semana de marzo para despedirme de él con esta canción. 

                   
Una mirada hacia atrás, otra hacia delante.    Porque los años no pasan en balde.       Los pies aquí, sí.       El corazón acariciando recuerdos   y la cabeza en las nubes. 

                     
                   
                          

viernes, 21 de marzo de 2014

Un año más: la primavera.


Cada año es igual. Ocurre sin previo aviso. De repente un día, al salir a la calle por la mañana, siento que algo ha cambiado a mi alrededor. Es la luz, es el aire. Sobre todo el aire es distinto, tiene una suavidad y un olor diferente, en vez de romperlo al caminar, siento que me envuelve como una caricia y entonces lo sé. Sé que la primavera ha llegado. Aunque el invierno se reserve algún zarpazo, no hay marcha atrás, un año más el ciclo de la vida vuelve a comenzar.

No dejo de sentir en cada ocasión una sensación de maravilla ante este devenir inalterable e imparable de las estaciones, de la misma forma que me hace tomar conciencia de mi propia pequeñez, de mi insignificancia, ante esas leyes naturales que no dejan de cumplirse puntualmente, por más que el ser humano, cargado de arrogancia y demasiado pagado de sí mismo, se empeñe, convencido de su superioridad en intentar dominarla, doblegarla y finalmente crea que puede maltratarla impunemente. 

Tengo un íntimo convencimiento, no avalado por ningún estudio científico, de que la naturaleza, mucho más sabia en su conjunto que cualquiera de sus elementos por muy evolucionado que esté, se las apañará para acabar con nosotros antes de que nosotros acabemos con ella. Un virus, una bacteria, un cambio brusco de temperaturas... y puede quitarse de encima a unos cuantos millones de estos seres que no paran de intentar enmendarle la plana. 



Espero que si semejante tesitura llegara a darse, sea dentro de muchos cientos o miles de años; que aún en el peor de los casos, no acabe en la extinción (ya conocéis el dicho: mala hierba nunca muere) y que, bien por adaptación o mutación, la raza humana seguirá habitando la Tierra. Me gustaría imaginar que quizá en ese futuro o en cualquier otro futuro hipotético de los hombres, acabe integrándose en su código genético con fuerza de ley, que cada ser humano no es más que otro elemento de la naturaleza, tan insignificante por si solo como cualquiera de los demás; tan único, irrepetible y valioso para la continuidad, la diversidad y la belleza del conjunto, como cada uno de ellos. Entonces, un día, alguien se levantará una mañana, echará a andar ensimismado y sentirá, de repente, en la suave caricia del aire, que la primavera ha llegado, y sonreirá agradecido. 




viernes, 14 de marzo de 2014

Hablar por hablar

1. diálogo de besugos col. Conversación absurda y sin sentido.

2. diálogo de sordos col. Conversación en que ninguno de los interlocutores parece escuchar al otro.


¿Realmente hablamos para comunicarnos con los demás o solo para escucharnos a nosotros mismos?
Cuando era pequeña me gustaba escuchar, no sé bien si porque no me gustaba hablar de mí misma, o si no me gustaba hablar de mí misma por timidez y era más sencillo escuchar a los demás. O es que cuando se nace en medio de cuatro hermanos nadie tiene mucho tiempo de escucharte y acabas convencido de que nada tuyo puede ser interesante. El caso es que no me importaba el papel de oyente. Ahora que soy mayorcita sigue sin gustarme hablar de mí misma, excepto cuando sé con seguridad que a mi oyente le interesa saber de mí y a mi me interesa o apetece que así sea. Pero cada vez tengo menos paciencia escuchando. Debe ser un síntoma inequívoco de que me estoy haciendo mayor. Y sobre todo he ido desarrollando con el tiempo una mayor intolerancia a las conversaciones de relleno.  

Esas forzadas frases sobre el calor o el frío o la lluvia, cuando coincides en el ascensor con el vecino. Esas conversaciones de sala de espera en las que un desconocido intenta pegar la hebra con el único objetivo de colocarte el relato completo de los males terribles que le aquejan. Una vez me dijo una persona mayor, en cuanto a juntarse con otras de su edad, que no le gustaba porque lo único que querían era contarle que sus nietos eran más y mejor que los de ella. Sin duda es otro de los temas estrellas a colocar al oyente desprevenido, lo maravillosos, únicos y especiales que son sus hijos y/o nietos, cuyos méritos siempre estarán por encima de los de los demás. Otro claro ejemplo de conversaciones de relleno se suelen dar en esas grandes y, con un poco de suerte, poco frecuentes, reuniones familiares propias de bodas y funerales, en las que una vez puestos al día sobre la salud, el trabajo o estudios, nacimientos y fallecimientos, buscamos constantemente algo nuevo que decir o la mejor forma de sortear una pregunta de esa tía lejana que quiere pasar de la superficie y ahondar hacia espacios que no tienes ninguna intención de compartir con ella. Estas conversaciones producen un desgaste físico y emocional considerable. Mantener el gesto y la sonrisa llega a producir casi agujetas en los músculos faciales y la búsqueda de un tema que rellene el silencio que se espesa a nuestro alrededor llega a resultar agotador.

También tenemos esos otros encuentros con antiguos conocidos con los que un día hubo una confianza que se ha ido perdiendo con el tiempo y la distancia y en los que suele ser recurrente tratar una serie de temas comunes como podrían ser la mili, la facultad, los partos, los viajes de estudios o de novios. En esas conversaciones también son habituales los diálogos para sordos. Cada participante espera impaciente su turno o hay quien sin paciencia para esperar intenta imponerse por encima de los demás sin que realmente se escuchen entre sí, sino que en realidad lo que les mueve es contar su propia historia, porque están convencidos de que es la mejor y lo que realmente les satisface es escucharse a sí mismos. 

Por otro lado seguro que todos conocemos a un familiar, amigo o compañero al que quieres mucho pero que a veces tiene la fea costumbre, si se emociona con un tema o con algo que le ha sucedido, de repetirte una y otra vez el mismo argumento, las mismas frases con escasas variaciones como si la repetición le añadiera peso a las palabras, les confiriera más autenticidad, más contundencia y a ti te da cierto apuro o reparo hacerle ver que sí, que te has enterado a la primera, que has cogido la idea, que lo has entendido y aunque intentas responder y establecer lo que se llama un dialogo, te encuentras con que, aunque te haya dejado meter baza, no ha escuchado nada de lo que le has dicho porque en cuento puede, incluso pisando si es necesario tu intervención vuelve a la carga, repitiendo por enésima vez la misma idea casi con las mismas palabras y expresiones. Aquí es fácil que se de el dialogo para besugos. Yo en esos casos, desisto de intentar la réplica, me limito a sonreír y a asentir a la espera de que cese la ebullición verborreica por agotamiento o porque la falta de respuesta sea indicio suficiente para que al menos intente una pregunta del tipo  -¿qué te parece?-  Esto puede valer en casos leves. En casos graves sólo cabe una ruptura brusca del momento, aprovechando el más leve resquicio o una mínima pausa y levantándote para ir al baño o a beber agua, por ejemplo. Si estás en la calle y no es fácil el escaqueo hay que buscar un escaparate, alguien vestido de forma extravagante o un coche haciendo alguna imprudencia, cualquier cosa que permita romper la inercia anterior. Lo más probable que es a tu vuelta consigas que la conversación cambie, si no de protagonista, sí al menos de tema.

Bueno también es probable que todos conozcamos a alguien a quien nunca se le acaba la cuerda. La cuerda casi siempre gira en torno a sí mismo y por lo tanto tiene tema para rato. En estos casos no suele ser alguien machacón, simplemente considera que su vida, su trabajo, sus vicisitudes o sus opiniones son muy interesantes y que la gente a su alrededor disfruta escuchándole. Posiblemente se trate de alguien con bastante labia, con mucha facilidad para conectar con los demás y caer bien, puede resultar muy ameno y divertido… durante un rato, pero si la cosa se alarga probablemente llegue a cansar hasta al mejor predispuesto y que cuando te quieres dar cuenta has desconectado, o al menos empiezas a escuchar como de refilón, con un oído en la cháchara pero con la cabeza en otras cosas. Porque además, aquí, el diálogo vuelve a brillar por su ausencia, el protagonista sólo espera algún que otro comentario de afirmación que el oyente se siente obligado a intercalar de vez en cuando para dar a entender que escucha activamente, del tipo -¡No me digas! -Si es que hay que ver como es la gente. -¿En serio? Y cosas por el estilo.

Otras situaciones en las que las conversaciones tienden al relleno es en el ámbito del trabajo. Gente con la que te ves todos los días, durante muchas horas. Puede que haya confianza o puede que no, pero en cualquier caso es mucho tiempo para que el dialogo no sea mayoritariamente superficial. Y no pasa nada, hay muchos momentos en los que esa superficialidad no sólo no es molesta sino que puede ser divertida y amena, pero rellenar tantas horas, días, semanas y meses no es fácil y yo, la verdad, es que llega un momento en que prefiero quedarme al margen, en el que me sobra la cháchara y el esfuerzo que supone, por ejemplo un lunes por la mañana, mantener el tono y la atención. Esto, que visto así, fríamente, me pinta como un ser un poco asocial, no tiene que resultar sin embargo un problema con los compañeros, para bien o para mal conocerse desde hace muchos años tiene sus ventajas y, sencillamente, cuando no tengo ganas de hablar, no hablo y nadie se da por ofendido, porque para todo hay tiempo: para hablar de lo divino y lo humano cuando llega el caso, pero también para callar sin sentir la necesidad de rellenar el tiempo.

Llego así al lado opuesto, el silencio como alternativa a esas conversaciones insulsas, cansinas, forzadas. El silencio como valor en sí mismo. El silencio puede significar que dos o mas personas no tienen nada interesante que decirse, pero no siempre, no necesariamente, también puede darse no como vacío sino como algo lleno de sentido. Una declaración de confianza entre las personas que lo comparten. 

Volviendo atrás en el tiempo, recuerdo, siendo una adolescente, una conversación con mi amiga más amiga. Esta amiga, por cierto, era de las que tenían mucha cuerda, de las que no se callaban ni debajo del agua, y en una ocasión en la que una pareja llevaba un tiempo caminando por delante de nosotras sin intercambiar ni una sola palabra, me comentaba que no entendía como una pareja de novios podían ir paseando sin hablar. No entendía cómo podían estar juntos y callados. Para ella no tener tema de conversación era un claro síntoma de desentendimiento, de frialdad, de relación muerta y vacía. Recuerdo que le di la razón, sin tanta vehemencia ni rotundidad, pero mostrando también mi incomprensión ante esa falta de diálogo. Nosotras SIEMPRE teníamos muchos temas de conversación, no se nos acababan nunca por más horas que pasáramos juntas. También aquí yo era más de escuchar que ella, pero aún así la balanza mantenía un buen equilibrio.

Pasados los años, muchos, cuando paseo de la mano con mi chico, cuando la conversación es algo natural y no una necesidad, tan cómodos en nuestros silencios, me acuerdo de aquella conversación y sonrío ante nuestra ingenuidad, por nuestra inexperiencia. Ahora entiendo que para comunicarse es imprescindible la palabra pero que las palabras no siempre se utilizan para ello y en muchas ocasiones son un mero relleno, un ejercicio vano, porque para que haya comunicación ha de haber DIALOGO, intercambio de ideas, de pensamientos, de experiencias, de sentimientos. Hace falta que además de hablar sepamos ESCUCHAR. Y ahora entiendo también que el silencio a veces puede ser un vacío, pero también puede ser entendimiento y comunicación cuando se da entre personas que se conocen bien. Y muchas veces una autentica necesidad, un espacio para escucharnos a nosotros mismos. ¿Tal vez es eso lo que nos da miedo del silencio? 

domingo, 9 de marzo de 2014

Viernes/domingo de viaje -IX- Pueblos con encanto-1

Unos cuantos pueblos se han asomado en estos viernes-domingo viajeros como un elemento más del viaje, pero no como protagonistas de él y en realidad casi podrían tener una sección sólo para ellos. Para esa multitud de pueblos maravillosos, “con encanto” dicen las guías, que tenemos repartidos por todo el país. Por supuesto hay muchos que aún no he tenido el placer de conocer y otros que conozco pero de los que tengo tan pocas fotos o tan poco lucidas que sería difícil dedicarle una entrada, pero también hay algunos que bien pueden presumir en estas páginas de sus encantos y hoy van a ser dos a los que vamos a poder asomarnos un poquito para disfrutar de ellos.


A pesar de ser domingo voy a seguir proponiéndoos que juguéis a adivinar qué pueblos son, creo que al menos uno de ellos puede ser fácilmente reconocible porque cuenta además con una playa muy concurrida en verano y quizá de su mano alcancéis a deducir el nombre del otro.


Os puedo contar que ambos pertenecen a la misma provincia y los dos cuentan con un castillo desde el que dominan excelentes vistas, sólo que uno mira hacia el mar y el otro está en el interior.

Pueblos pequeños, para recorrer despacio, sin necesidad de preparar una ruta, dejándose llevar por sus calles estrechas y empinadas, descubriendo rincones y plazas y asomarse desde lo alto de sus castillos a disfrutar del panorama.


Hoy creo que las imágenes no necesitan muchas explicaciones, ellas os van a mostrar las semejanzas y las diferencias de estos dos pueblos que si no conocéis aún espero que os animéis a visitar algún día.


 












































¿Os ha gustado el paseo? Mientras hacéis un repaso y os lo pensáis os pongo otro café o lo que os apetezca y seguimos charlando, aunque espero que con las dos últimas fotos el misterio haya dejado de serlo. El que se lo sepa ya puede ir levantando la mano…

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Y los pueblos son... 
¡¡Peñíscola y Morella!!

¡Pero que buenos compañeros de viaje tengo! Antes de acabar el primer café ya estaba desvelado el misterio, jajaja. Casi todos habéis reconocido Peñíscola y unos cuantos también Morella. Aunque me parece a mi que esas fotos finales más que una pista era casi ¡un anuncio luminoso!




martes, 4 de marzo de 2014

Entre tu y yo


Entre tu y yo…

Una brizna de hierba,
Un soplo de aire,
Un tiempo infinito.

Entre tu y yo…

Una mirada,
Una sonrisa,
Un te quiero.

Una luz encendida,
Un sueño de azúcar,
Un pedazo de cielo...

Entre tu y yo.

Un silencio a dos voces,
Una canción inventada,
Unos dedos enlazados, 
Dos latidos confundidos,

Entre tu y yo.

El eco de tus pasos
Junto al eco de los míos.
Un solo camino
Entre tu y yo.


Ayer, hoy, quizás mañana,
Entre tu y yo
Todo,
Nada.


sábado, 1 de marzo de 2014

Tarde de sábado

Miles de pies nerviosos desgastando las aceras. Un bosque de piernas que aguardan inquietas una luz verde que les de permiso para lanzarse al asfalto. Cientos de coches, autobuses, motos y demás familia, gruñendo y escupiendo humo. Una multitud densa que deja un rastro de luz.
Grandes bocas luminosas que tragan y escupen gente sin cesar, manos que aferran bolsos y bolsas, manos o cochecitos de bebé. Bocas que se mueven incesantemente provocando un zumbido que compite con el rugir de los coches. Hombros que se esquivan, hombros que golpean, de uno en uno, de dos en dos, en apretado grupo que tapona una esquina, un cruce, una entrada. Tránsito denso entre kioskos de prensa, motos aparcadas, papeleras, farolas, postes publicitarios, bolardos, alcorques. La vista a un metro y medio del suelo es una masa informe de rostros sin identidad, todos confusos, indiferentes para el que mira, indiferentes en su mirar. Luces brillantes, letras brillantes, vistosas ropas en modelos perfectos, zapatos que se ofrecen deseosos de salir a arrastrarse por las mugrientas aceras. Constantes provocaciones a la gula y a la sed. Grandes carteles intentando llamar la atención, grabarse en nuestro cerebro, provocar una respuesta que acabará llevando la mano a la cartera para aligerarla de peso, para que se airee una tarjeta de crédito. Derroche de ruido, de luces, de movimiento, de dinero, de gestos.

Sábado por la tarde en una gran ciudad, cualquier ciudad. Basta, sin embargo, escapar de la riada humana y mirar más arriba, más lejos, para que el dibujo de los contornos y el relieve de las fachadas empiecen a contarnos su particular historia. Anuncios publicitarios, marcas comerciales y emblemáticos locales de ocio contribuyen también a configurar su fisonomía inconfundible. Ya no estamos en cualquier ciudad, ya no es cualquier vía urbana, no, es la Gran Vía de Madrid, con sus cien años de historia a cuestas.

Lo viejo y lo nuevo fundido, superpuesto, conviviendo en extraña armonía o sencillamente amoldado lo uno y lo otro, creando un espacio vivo y cambiante, siempre en movimiento. La vida y el movimiento del constante tráfico humano y mecánico que la ocupa día y noche.

Cita indispensable con la ciudad para habitantes y visitantes. Retratada, pintada y escenario de multitud de películas estoy segura de que no voy a descubriros nada que no conozcáis. Yo la he recorrido de punta a punta en infinidad de ocasiones y como suele ocurrir con lo cotidiano, acabas por no verla, por eso un día, una tarde de sábado, en medio del hormigueo humano y el ruido infernal del tráfico, decidí pararme y mirarla. Este es el resultado. Espero que os guste.