El otro día os hablaba del cuento de La
Cenicienta y de su significado sentimental. Hoy quiero contaros una pequeña
anécdota divertida (al menos para mi si lo es) sobre su lectura.
Cuando me regalaron el cuento ya me encantaba
leer y devoraba sus escasas páginas con autentico placer, recreándome tanto en
las ilustraciones como en las palabras y se que desde el primer momento seguía
perfectamente la historia: la pobre cenicienta maltratada por madrastra y
hermanastras, su hada madrina que convertía su sueño en realidad, el baile con
el príncipe, la perdida del zapatito y finalmente la maravilla de ver como el
príncipe la reconoce y la lleva a su palacio para convertirla en princesa.
Siendo como era un cuento de hadas para niñas
su lectura no debía resultar complicada, pero mi vocabulario a esa edad no era
demasiado extenso evidentemente y seguramente había palabras en el cuento que
leía por primera vez en mi vida, como bien pudo ocurrir con la palabra “trocó”,
cuando el hada madrina convierte con su varita los harapos en precioso vestido
y también probablemente me ocurría lo mismo con la expresión “briosos
corceles”. Sin embargo no me impidieron entender su significado dentro del
texto gracias a las ilustraciones que lo acompañaban, donde veía maravillada el
precioso vestido de Cenicienta, la carroza o los “briosos corceles”, como
maravillosos caballos blancos.
Había una palabra, por el contrario, que
siempre que la leía se me quedaba atascada entre los dientes, le daba vueltas y
mas vueltas sin conseguir averiguar qué quería decir. No parecía ser demasiado
importante en el conjunto de la historia, pero me fastidiaba no saberlo.
Seguramente desde nuestra perspectiva de hoy
en día, estaréis pensando en lo fácil que hubiera sido preguntárselo a un
mayor. Pues no, a los mayores entonces no se
les importunaba con semejantes tonterías y ni siquiera se me ocurrió
preguntarle a mi hermana mayor. Es probable que me hubiera prestado algo mas de
atención que mis padres, pero también podía despacharme sin mas miramientos
como si de una mosca importuna se tratara. Quizá también me daba vergüenza
reconocer que no lo entendía, el caso es que cada vez que me enfrentaba a esa
frase, me quedaba por un momento enganchada en ella con su sonido extraño e
indescifrable.
Para que podáis entenderme mejor quiero que
hagáis un pequeño ejercicio e imaginéis a una niña de seis años que sabe leer
pero desconoce absolutamente la existencia de los acentos, no digamos ya de las
tildes, y que la eficacia de su lectura comprensiva depende del conocimiento
previo que tiene de las palabras a las que se enfrenta y de su pronunciación
correcta.
Si partimos del desconocimiento de la palabra
lo más probable es que la descifremos como una palabra llana, ya que las
palabras graves son las más comunes en
nuestro idioma. También sabemos todos cómo puede cambiar el significado de una
palabra en función de su acento y de su correcto uso.
Pues esto es lo que me pasaba a mí con la
susodicha palabrita. Que siendo aguda y a pesar de llevar su tilde (seguramente
ni siquiera reparaba en la rayita esa que colocaban en algunas letras) yo la leía
y pronunciaba tanto mentalmente como en voz alta como una palabra grave que
perdía por completo su significado y dificultaba mis posibilidades de
reconocerla.
Llegué a la conclusión con el tiempo de que
debía tratarse de una característica del nombre al que acompañaba, aunque
también desconocía lo que era un adjetivo, si era capaz de reconocerlos de
forma instintiva al leer, así acabas por comprender cuando lees “la mesa
grande”, “el vestido amarillo” o “la niña alegre”, que la palabra detrás de
mesa, vestido o niña nos da información adicional sobre esa palabra.
Deduje que esa palabreja incapaz de descifrar
debía ser una característica de la palabra “caballero” a la que acompañaba,
como podían haber querido decirme que era alto, moreno, alegre o severo.
Ahora voy a escribiros la frase y voy a
pediros, por favor, que la leáis como yo lo hacía con seis años, voy a
escribirla sin tilde para que sea más fácil ponerse en mi lugar y debéis
olvidar que conocéis su significado para que podáis entender mi desconcierto.
“Un rico caballero enviudo y para que su hijita tuviese
una madre que velara por ella…”
¿Os parece gracioso? A mi me traía por la
calle de la amargura: “un rico caballero enviudo, un rico caballero enviudo, un
rico caballero enviudo”, me repetía una y otra vez intentando descifrarlo sin
conseguirlo.
¿Qué era un caballero enviudo? ¿grueso,
antipático, triste?
Si vais a la entrada del jueves pasado y miráis
las fotos del libro os daréis cuenta de que no hay ninguna del “rico
caballero enviudo” que pudiera darme una mínima pista de lo que querían
expresar esas palabras, quizá de ver a un señor triste y vestido de negro hubiera
llegado a deducir algo, aunque yo no supiera lo que significaba ser viudo. Pero
estaba completamente desamparada, sin recursos lingüísticos suficientes ni
pistas visuales que pudieran ayudarme.
Mi maravilloso cuento acabó con el tiempo
perdido en algún estante sin que le dedicara más que una mirada pasajera que se
deslizaba por su lomo rápidamente sin detenerse en él. Otras lecturas
interesantes lo habían desplazado y solo muchos años después acerté un día a
reparar en él rescatándolo de su olvido y abrí sus páginas deseosa de recuperar
por un momento la magia de otro tiempo.
Tras demorarme en sus ilustraciones y aspirar
su olor algo polvoriento y evocador, me dispuse a leerlo. Mis ojos se posaron
sobre la primera frase del libro y de
repente se abrieron como platos y una gran bombilla se encendió de golpe en mi
cerebro alumbrando por fin el significado de aquella palabra que se había
resistido a mi conocimiento infantil, convirtiéndose en un chinato con el que
tropezaba cada vez que leía mi cuento:
enviudó,
enviudó, enviudó, enviudó, enviudó
Por fin la palabra brillaba en todo su
esplendor alumbrada por la luz del conocimiento y del reconocimiento
Me repetía una y otra vez con una sonrisa de
oreja a oreja...
Durante un rato no pude parar de reír,
sorprendida porque aquella palabra que tan exótica y ajena me parecía de niña
no era una característica extravagante del caballero sino el vulgar pretérito
perfecto simple del verbo enviudar. Por fin el misterio quedaba desvelado y
podía darle una lectura redonda y perfecta a aquel cuento que me había hecho
soñar, a pesar de la palabrita, con hadas madrinas, príncipes azules y
zapatitos de cristal.
Seguro que vosotros también tenéis anécdotas
similares, ¿recordáis alguna?
jajajajaja, bonito recuerdo!!! La verdad es que no, no recuerdo ninguna similar, jeje. Un besote!!
ResponderEliminarSiempre me ha hecho gracia recordar mis apuros con aquella palabrita.
EliminarBesos
Tu recuerdo es muy original y me ha tenido atrapada durante todo el relato. Besicos.
ResponderEliminarA la búsqueda de la palabra misteriosa, jaja.
EliminarBesos
Qué bien relatado Jara, estaba cada vez más intrigada con esa palabra y su pronunciación incorrecta. Me ha gustado mucho. No recuerdo ninguna palabra así, aunque como anécdota lingüistica, que me deja a la altura de una repelente total te cuento que una vez una tía-abuela (esa hada madrina que ya te comenté) nos dijo: Niños voy a repartir los mantecaos. y cuenta la leyenda (o más bien mi madre) que muy redicha yo le dije: Se dice voy a distribuir los mantecados. Todos lo encontraron gracioso excepto mi madre, que le perecí lo más redicho del universo (le doy la razón, jajajajajjajaja). Es que los niños, ya se sabe, puedes esperar cualquier cosa:)
ResponderEliminarUn besito y gracias por compartir esta anecdota
Pues voy a estar de acuerdo con tu madre. Eras una "marisabidilla", jajaja. Me ha gustado tu anécdota. Muy propia de los niños y muy graciosa.
EliminarBesos
Nos has mantenido en vilo con la palabra duerante todo el relato! Y muy graciosa la anécdota, jajaja. No re uerdo ninguna parecida, mas que nada porque yo he sido de las niñas incordiantes y preguntonas todo el rato. Mira que tenía que se pesada
ResponderEliminarBesotes!!!
Había que mantener el suspense...
EliminarMe temo que yo era muy mía, me gustaba apañármelas sola y así me iba a veces, jajaja.
Besos
De pequeña debía de preguntarlo todo porque no me acuerdo que haya sufrido ninguna inquietud lingüística como la tuya. Sin embargo, ya de jovencita, me ocurría a menudo con las canciones. Como siempre he sido, y soy, escuchante de canciones en español, en montones de ellas me surgía una palabra con la que tropezaba, sin entender su significado. Generalmente, le ponía otra, a mi antojo, y seguía con la música, hasta que en un momento dado, se me encendía esa lucecita que citas y lograba identificar la palabreja en cuestión. ¡Qué relato más "enganchador", Jara! Un beso.
ResponderEliminarLo de las canciones también me ha pasado un montón de veces y la palabra "imaginada" casi nunca se parecía en nada a la original.
EliminarBesos
Qué bonito recuerdo y graciosa anécdota, yo no tengo ningún recuerdo similar de la infancia aunque alguna vez he tenido que volver a leer alguna palabra que se han olvidado de acentuar y el significado cambia totalmente
ResponderEliminarbesos
¡Parece mentira lo importante que puede llegar a ser acentuar bien!
EliminarBesos
Jaja ¿qué será? ¿qué será esta palabra? ¿Y no dabas la lata?... Pues yo, era una preguntona sin remedio: "Y ¿por qué? y ¿por qué?" jajaja
ResponderEliminarUna anécdota de palabras interpretadas: mi hijo, seis años, disfrazado de vaquero, jugando con la gata y habiendo oído en una peli del oeste la expresión "¡rata de cloaca!" le dijo al pobre animal: "¡ven aquí, rata polaca!" a lo cual su hermana dos años mayor le corrigió en plan marilistilla:" No es una rata y no es polaca: es siamesa" Ya no podemos oír la palabra "cloaca" sin romper a reír.
La magia de la niñez que no se complica la vida.
Me ha encantado tu relato y las viñetas de Mafalda (¡me chifla esta niña!)
Besotes
Yo era una niña muy "yo me lo guiso, yo me lo como", con los deberes tampoco dí nunca la lata, no preguntaba nunca.
EliminarMuchas gracias por la anécdota Framboise, me ha encantado. La confusión del pequeño y como lo "arregla" la mayor, jajaja.
¡A mi también me encanta Mafalda! ¿se ha notado? :)
Besos
Qué bueno el recuerdo y qué manera de compartirlo, al final me has hecho reir!!!
ResponderEliminarYo recuerdo que leía un cuento titulado La sirena de Copenhague... y mi mayor duda era saber de narices estaba hecha para que fuera tan díficil de pronunciar. Y así pasaron años!!!
Besos
Pues tu sirena igual podía haber sido de... chocolate, es vez de algo tan complicado como Copenhague, ja,ja. Supongo que descubrir que era una ciudad debió ser para ti como para mi descubrir que el caballero enviudó. Gracias por compartir tu anécdota.
EliminarBesos
Que bueno Jara, como me ha enganchado tu relato y al final me he reído un montón. Es que lo cuentas muy bien! Que querría decir "enviudo" a esa edad yo tampoco sabia como seria un hombre así. Jajaja.
ResponderEliminarUna vez tuve que aprenderme "La vaquera de la Finojosa" llegue a la escuela y dije que no la sabia, no podía entender porque estaba tan mal escrita, pero ni pregunte ni me contaron el porque de la famosa serranilla.
Besos.
¡Hay que tener ganas de complicar la vida a los niños! No me extraña que te negaras a recitarla, yo hubiera pensado que allí había "gato encarrao". Muchas gracias por tu anécdota.
EliminarBesos
¡Que historia más simpática! Me has tenido en ascuas hasta el final.Yo soy muy preguntona, supongo que de pequeña me pasaría igual y no tengo ninguna anécdota, al menos no tan graciosa que se me haya quedado grabada.Besos Jara
ResponderEliminarA mi me tuvo la palabrita intrigada mucho tiempo y acabé muerta de risa cuando descubrí su significado y eso es precisamente lo que pretendía transmitir.
EliminarBesos
Jara, entre Mafalda y tú me habéis tenido intrigado... ¡Menos mal que encontraste la tilde y el sentido a la palabra! Te lo digo porque yo tampoco sabía lo que era un caballero enviudo...
ResponderEliminar¡Besazos!
¡Las vueltas que le dí a la dichosa palabra! ¡y lo que cambia esa rayita tan pequeña!¡Como si de una varita mágica se tratara!
EliminarBesos