Estoy
un poco dispersa últimamente. Bueno, en realidad es más de lo mismo. Tiempo escaso
conjugado con ánimo variable más la ausencia de los hados propiciatorios y la
fuga de las musas con los hados me dejan chapoteando en los márgenes del blog
mientras pasan los días sin que salga nada debidamente armado. Pasó
el día del libro sin que por aquí apareciera ninguno, las ideas no consiguieron
materializarse en nada concreto. Se nos acaba al mes, la casa sin barrer y yo
con estos pelos. ¡Algo habrá que hacer! Como ya he hecho en alguna otra ocasión
en el que las palabras me esquivan he decidido recurrir a las imágenes, mucho
más dóciles y fáciles de tratar y que, además de contarnos sus historias, nos
alegran la vista.
Aunque
sean un recurso muy manido, o precisamente porque lo son, creo que no hay mejor
forma de despedir abril y recibir el mes de mayo que con flores.
Rincones
y balcones floridos que con su luz y sus colores darán un poco de vida al salón
del café que tengo un poco polvoriento y desvaído. De paso aprovechamos que ya
nos tocaba, para hacer un pequeño viaje por unos pueblos preciosos que os animo,
como siempre, a conocer.
Hoy,
que no estoy yo para mucha literatura, os cuento directamente que os llevo a
Cantabria. Sí, otra vez al norte, qué le vamos a hacer, la cabra tira
al monte y yo con ella, siempre p’arriba. Pero esta vez no vamos a ver el mar,
nos quedamos en el interior. En sus valles, entre sus montañas, en sus pueblos.
Piedra y madera, balcones y galerías llenas de flores. Un puñado de rincones en
un puñado de pueblos. Una muestra muy pequeña para incitaros a querer abrir el
objetivo y mirar más allá todo lo que los rodea.
¿Os
animáis?
Rincones así se pueden encontrar casi en cualquier pueblo de Cantabria, pero estos están repartidos entre Bárcena Mayor, Carmona, Mogrovejo y Potes. ¿No os quedáis con ganas de doblar la esquina y seguir callejeando?
¡¡Feliz fin de semana largo!!