Mi infancia tuvo un pueblo y el pueblo una plaza polvorienta y una iglesia cuyo mayor mérito era dar sombra a los que se sentaban a su puerta a pasar la ociosa mañana.
Llegábamos los forasteros pálidos de ciudad, tímidos los niños en el primer encuentro. Eramos recibidos entre achuchones que iban y venían, muchas veces sin tener ni idea de quién era la achuchadora de turno, y comentarios que se repetían en cada ocasión: ¡pero cuánto has crecido! ¡qué seca que estás! ¡ya verás qué bien vas a comer aquí! Los tíos, menos expansivos, te miraban con gesto apreciativo y preguntaban si eras la grande o la pequeña (la escasa diferencia de edad se prestaba a confusión).
En cualquier otro día posterior cualquier paisano o abuela, del pueblo o de fuera, podía pararte en mitad de una carrera o cuando buscabas escondite y cogiéndote del brazo (para impedir que siguieras con tu juego) mirarte fijamente y acabar preguntándote ¿y tú de quien eres? o entretenerte aún más indagando sobre si eras de la Isabel o de la Francisca. Porque aunque en un primer momento había cierta tirantez y desconfianza entre los niños del pueblo y los forasteros, fuéramos primos o no, y entre los distintos forasteros madrileños, barceloneses e incluso franceses, desaparecían en un abrir y cerrar de ojos y en dos días todos tiznaos por el mismo sol agosteño al que los niños éramos inmunes.
Cuando la sed apretaba cualquier casa era buena para entrar a echar un trago del botijo porque en mi pueblo agua corriente no había, por no haber ni había fuente con caño de la que manara. A buscarla a La Ribera bajábamos con la fresca del día en un burro cargado con los cántaros. Con un poco de suerte te dejaban subirte al burro un rato. Palangana para lavarse las legañas mañaneras y un corral con gallinas servía de retrete. No había quien hiciera pipí con tranquilidad, siempre temiendo que una gallina curiosa viviera a picotearte el culete. A bañarse también al río. En jaranera excursión nos juntaban a los
chiquillos bajo el mando de las hermanas mayores que con santa paciencia y algún que otro coscorrón conseguían hacerse con el control de aquel guirigay de voces, risas, bromas, carreras y apuestas de a ver quién es el que llega antes a, tira la piedra más lejos, se zambulle antes en el agua o hace la mayor payasada. Ríos que entonces, menos represados que ahora, aún llevaban algo de agua en verano pero que en muchas ocasiones no era más que una charca con cieno en los bordes y llena de ovas, en la que a los remilgados niños de ciudad, nos daba un poco de grima entrar. Claro que al final quién se resistía tras la marcha bajo el sol a refrescarse el ombligo.
chiquillos bajo el mando de las hermanas mayores que con santa paciencia y algún que otro coscorrón conseguían hacerse con el control de aquel guirigay de voces, risas, bromas, carreras y apuestas de a ver quién es el que llega antes a, tira la piedra más lejos, se zambulle antes en el agua o hace la mayor payasada. Ríos que entonces, menos represados que ahora, aún llevaban algo de agua en verano pero que en muchas ocasiones no era más que una charca con cieno en los bordes y llena de ovas, en la que a los remilgados niños de ciudad, nos daba un poco de grima entrar. Claro que al final quién se resistía tras la marcha bajo el sol a refrescarse el ombligo.
Pueblo de siesta obligada y moscas impertinentes, sin aceras, sin calles siquiera, sin un triste banco, sin un pobre árbol que sombra dé. Ni escuela tenía, ni alcalde tampoco. Escuelas tuvo que aún era frecuente referirse por ese nombre a las casas que la habían cobijado y alcalde llamaban a un abuelo de boina calada y garrota, pero parece que era más bien una especie de representante o portavoz o señor con cierta autoridad aceptado por el resto de los vecinos.
Tras la siesta, llegaba la hora de sacar las sillas bajas de enea a la puerta de la calle con la labor de bordado, con el repaso de la costura, con el transistor donde religiosamente se escuchaban las novelas. Y cuando el calor empezaba a aflojar era el momento de acicalarse para el paseo por la carretera, un día en un sentido, al otro en el contrario. Te refrescabas y te ponías lar ropa de "vestir".
Era el momento de que las mozas y los mozos arreglados y peripuestos tontearan y de que los chiquillos mosconeáramos a su alrededor intuyendo más que sabiendo lo que allí se cocía. En seguida nos mandaban a hacer puñetas y ofendidos, aunque muy fugazmente, buscábamos nuevos misterios que desentrañar hasta el límite de la carretera al que, no recuerdo bien si de forma expresa o porque simplemente no nos atrevíamos a traspasar, llegaba nuestro territorio explorable. Era una hora deliciosa, con el calor vencido por el día, el sol bajo dorando los pastos y demorándose perezoso en el horizonte. El aire aligerándose y los grillos que poco a poco empezaban su canto.
Era el momento de que las mozas y los mozos arreglados y peripuestos tontearan y de que los chiquillos mosconeáramos a su alrededor intuyendo más que sabiendo lo que allí se cocía. En seguida nos mandaban a hacer puñetas y ofendidos, aunque muy fugazmente, buscábamos nuevos misterios que desentrañar hasta el límite de la carretera al que, no recuerdo bien si de forma expresa o porque simplemente no nos atrevíamos a traspasar, llegaba nuestro territorio explorable. Era una hora deliciosa, con el calor vencido por el día, el sol bajo dorando los pastos y demorándose perezoso en el horizonte. El aire aligerándose y los grillos que poco a poco empezaban su canto.
Y caía la noche. Nunca he vuelto a conocer noches tan oscuras como las de mi pueblo en luna nueva, porque en mi pueblo tampoco había luz eléctrica. Me sobrecogía esa oscuridad absoluta, espesa, esa negrura que se lo tragaba absolutamente todo incluidos tus manos y tus pies. Pero entonces mirabas hacia arriba y el cielo más hermoso del mundo se desplegaba sobre tu cabeza y a tu alrededor con esa infinitud de estrellas que nos dejaba con la boca abierta. Y esa senda de brillante polvillo blanco que decían era el Camino de Santiago... la fantasía desbocada volaba y se deslizaba por aquella cinta de luz que no tenía fin.
Y si hermoso era el cielo con luna nueva, hermosa era la noche con luna llena. Con esa luz suave que parecía salir de las paredes blancas y esa claridad lechosa que nos hacía sentir como si estuviéramos en un escenario fantástico, único y mágico. Porque después de la cena se salía a tomar el fresco a la puerta de la calle y a hablar de lo divino y lo humano, sobre todo de lo humano, que ya se sabe que en los pueblos no hay mayor entretenimiento que desmenuzar vidas ajenas y en seguida se oía aquello de: Anda, pues no te has enterao de que la Remedios... Los chiquillos también sacábamos las sillas bajas pero aguantábamos poco sentados, aún nos daba el cuerpo para juegos y canciones, para exprimir a fondo esa libertad embriagadora que empezábamos a descubrir en aquellos veraneos inolvidables.
Y si hermoso era el cielo con luna nueva, hermosa era la noche con luna llena. Con esa luz suave que parecía salir de las paredes blancas y esa claridad lechosa que nos hacía sentir como si estuviéramos en un escenario fantástico, único y mágico. Porque después de la cena se salía a tomar el fresco a la puerta de la calle y a hablar de lo divino y lo humano, sobre todo de lo humano, que ya se sabe que en los pueblos no hay mayor entretenimiento que desmenuzar vidas ajenas y en seguida se oía aquello de: Anda, pues no te has enterao de que la Remedios... Los chiquillos también sacábamos las sillas bajas pero aguantábamos poco sentados, aún nos daba el cuerpo para juegos y canciones, para exprimir a fondo esa libertad embriagadora que empezábamos a descubrir en aquellos veraneos inolvidables.
Aquellos pueblos de nuestra infancia. Que añoranza al recordar las noches al fresco con aquel cielo cubierto de estrellas.
ResponderEliminarMe he sentido identificada con tu relato.
Muy bonito Jara.
Besos.
Qué bonita manera de contar tienes. Que mi infancia no ha transcurrido en ningún pueblo, pero has sido capaz de que lo sienta, de verme corriendo por sus calles, de escuchar el río que suena, de sentir ese calor de la hora de la siesta y esas moscas pesaditas... Sí, tienes talento de sobra para escribir. Gracias por compartir estos recuerdos.
ResponderEliminarBesotes!!!
qué bonita entrada y homenaje al pueblo. Mi infancia también transcurrió en uno y esta entrada me ha traido muchos recuerdos
ResponderEliminarbesos
Que recuerdos me has traido !!Yo pasaba largos veranos en mi pueblo.Recuerdo sobre todo las travesuras que hacíamos en pandilla,los juegos hasta el anochecer ,las aburridas siestas donde reiamos por lo bajini para no despertar a los adultos ,los bocatas de pan con chocolate y los cines de verano.
ResponderEliminarPreciosa entrada ,Jara.
Besos
Entrañable, todo, la infancia, los sentimientos, la belleza de la noche y la luz de esas estrellas, besos.
ResponderEliminarCuando estaba en la facultad una de mis amigas decía que de pequeña ella le pedía a su padres un pueblo, y no le faltaba razón. Yo también tuve uno. Con tu entrada han refrescado esas tardes de calores. Ha sido un paseo fantástico. Y lo de los achcuhones que no se sabía por donde venían....jajajaja, doy fe! ¡Gracias Jara! me encanta venir a tomar cafés contigo. Besos
ResponderEliminarMe ha parecido lindísimo el texto, desde la primera letra hasta el punto y final. Casi, casi diría que me has llevado a tu pueblo. Qué maravilla. Gracias.
ResponderEliminarQué bonita y evocadora entrada, Jara. Me ha recordado a Delibes y a El camino. El pueblo, el calor, el río, lo niños, la iglesia,... Precioso, Jara!! Ah, yo también tuve pueblo, "ir a la aldea" le decimos aquí, y era toda una aventura para una niña de ciudad como yo.
ResponderEliminarUn placer que nos llevaras de visita a tu pueblo.
Besines,
Me pido tu pueblo para cuando vuelva a ser pequeña. Y me pido tu forma de retratar con las palabras los recuerdos imborrables de tu infancia. De sorpresa en sorpresa voy con tus narraciones, ya sean en verso o en prosa. Un besito.
ResponderEliminarHe saboreado tu Texto como se saborea una buena taza de exquisito café , he bebido sorbo a sorbo cada una de tus palabras y he endulzado todo con un mucho de bella nostalgia y todo acompañado de esa luz inocente y hermosa que es nuestra Infancia.
ResponderEliminar¡ Todo me ha sabido a gloria! todo tu Texto es un encuentro con la niñez, el pueblo , los amigos y sobre todo con la ternura. Muy bellas las Fotos.
Un abrazo sabor café
¡Una entrada deliciosa que leo con gusto mientras tomo el segundo café de sobremesa!
ResponderEliminar¡Maravillosa forma de describir!
Soy de las afortunadas que también ha tenido un pueblo en los veranos infantiles, algo que ya no tienen muchos niños de hoy día. ¡Que ricas experiencias!
Un abrazo.
Me has recordado mis veranos adolescentes en un pequeño pueblo.
ResponderEliminarNada más llegar me preguntaban: "y tú de que casa eres?" y vaya, casi todo igual que en tu post.
Unos veranos magníficos para un adolescente de ciudad.
Besos.
Vengo de leer una obra de arte, la de Juan...y me encuentro con un relato bellísimo, el tuyo, que además también tira de ciertos recuerdos. Es PRECIOSO.
ResponderEliminarDeja que copie un trocito de tu texto que me ha parecido especialmente luminoso (y muy cercano):
"Pero entonces mirabas hacia arriba y el cielo más hermoso del mundo se desplegaba sobre tu cabeza y a tu alrededor con esa infinitud de estrellas que nos dejaba con la boca abierta. Y esa senda de brillante polvillo blanco que decían era el Camino de Santiago... la fantasía desbocada volaba y se deslizaba por aquella cinta de luz que no tenía fin"
Y si ahora buscas en San Google, "Xodos" (pueblecito situado a la falda del Penyagolosa, montaña que luce en la cabecera de mi blog). Ahí tenemos parte de nuestro corazón.
Un besazo
QUE PRECIOSOS RECUERDOS, ES COMO SI LOS ESTUVIERA VIVIENDO PORQUE FUERON PARECIDOS LOS MIOS EN MI PUEBLO. UNA INFANCIA PURA, TRANSPARENTE, DONDE NADA NOS HACIA PENSAR EN LA FINITUD DE LA VIDA.
ResponderEliminarME GUSTA LA PALABRA ACHUCHON, ACÁ NO LA USAMOS, ES MUY TIERNA.
BESOS
Esa Infancia y ese Pueblo que quedará reflejado en nuestra Mente y nuestra Alma...Precioso Post.
ResponderEliminarAbrazos y besos.
No sabes cuántos recuerdos me ha traido tu relato. Eso de salir a bordar a la puerta de casa, con tías, primas. Eso de que, en mi caso, i tu de qui eres? la neta de don diego? Y a la noche sentarse a la fresca después de un día de poniente insoportable. me has hecho revivir un tiempo feliz. Gracias.
ResponderEliminarQué hermosos los veranos de pueblo (aunque con agua corriente y luz eléctrica), sin peligros, rodeados de amigos y vecinos.
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada, recuerdo que cuando era niña mis compañeras se iban "al pueblo" y yo estaba ofendidísima por no tener uno al que ir a disfrutar los meses de verano.
ResponderEliminarGracias por compartirlo
Besos
Un nostalgico y encantador paseo marcha atrás en el pasado. Lo comparto en muchos aspectos, recuerdo cómo valorabamos el agua corriente que se recogía del agua de lluvia e iba a parar del tejado al pozo lo que costaba sacar y subir a los depósitos y sobre todo la libertad con nuestras andanzas en el campo.
ResponderEliminarBesos.
Mi infancia también fue en un pueblo aunque no lo recuerdo de forma tan idílica. Si hubo buenos momentos pero también muchas cadencias. Médicos, estudios, oportunidades... Supongo que tendrá sus puntos buenos y malos. Por cierto no se que me pasa con tu blog que no me actualiza tus entradas.
ResponderEliminarHola Jara, me he visto reflejada en todo lo que has escrito ya que mi infancia también se desarrollo en diferentes pueblos por el trabajo de mi padre, pero sobre todo uno que era el mio y era donde pasábamos todas las vacaciones, y nos pasaba lo mismo que has contado, pero que delicia de recuerdos y que añoranza de no poder vivirlos de nuevo, con esa inocencia que entonces teníamos los chavales y no como ahora que parece que nacen ya enseñados:), felicidades por esta entrada tan bonita:)
ResponderEliminarBesos.
;)) Jara, me has traído a la memoria un pueblecito llamado "Useres", provincia de Castellón. Allí tenían una casita mis abuelos paternos -aunque no eran naturales del lugar-, algunos veranos, aprovechando que mi padre tenía los dos meses de vacaciones, pasábamos alguna semana en dicho pueblecito. Te cuento que lo que has narrado es muy similar a lo que vivíamos allí los niños...;)
ResponderEliminarB7s
Muchas gracias a todos por pasar a hacerme compañía y compartir este café y los recuerdos infantiles que muchos compartimos, porque tuvimos la suerte de tener un pueblo al que ir de veraneo. Pensaba contestaros uno a uno pero veo que me falta tiempo.
ResponderEliminarTambién estoy viendo que o blogger está jugando conmigo o yo he cometido una torpeza, aunque ignoro cual, y estoy medio desaparecida de vuestros espacios y estoy perdiendo bastante tiempo dando vueltas "técnicas" que de momento no me han llevado a ningún lado. Seguiré intentándolo.
Besos
HOLA QUERIDA JARA
ResponderEliminarGRACIAS POR VENIR A COMPARTIR LA TACITA DE TÉ DE LOS MARTES, ES UN HONOR PARA MI, ME SIENTO ACOMPAÑADA Y FELIZ. NO HAY DISTANCIA QUE SEPARE CUANDO DE AMISTAD SE TRATA. UN BESO GRANDE.
CARIÑOS MILES.
Ya me extrañaba a mí el no encontrarte :( Y te echaba de menos.
ResponderEliminarPero te busco y te descubro en plena nostalgia de tu pueblo y... "la línea" se vuelve a cruzar un poco: este pueblo no se parece al mío (demasiados kms de distancia y vivencias algo distintas por no ser yo "de la ciudad" sino de los autóctonos, pero es clavadito a otro ("político" ;) que conocí también sin agua corriente ni casi luz y con todos los perfumes que describes tan magistralmente: pásate por él y lo verás :)(verano pasado ;)
Una frase sí hay en común en todos estos pueblos de nuestra niñez: "Y tú ¿de quién eres?" :D Esto lo vivieron mis hijos hace unos años en un viaje por sus raíces bretonas. ;)
Enternecedora entrada.
Besossss
PS A ver si salimos del "Club de las maltratadas por Blogger" tú y yo ;)
Me ha gustado mucho tu entrada. Yo no tengo pueblo, nací en la ciudad, y aunque íbamos de veraneo a otros lugares, no es lo mismo.Me ha encantado leer los recuerdos de tu pueblo..
ResponderEliminarBesos!!
Los que vivimos en pueblo nos llama mucho la atención y entendemos los recuerdos de los que vivís en las grandes ciudades por vuestras vivencias pueblerinas.
ResponderEliminarUn abrazo
lo has descrito genial,con sentimiento , donde todos nos hemos visto reflejadas de alguna manera !! enhorabuena !! besoss
ResponderEliminarPero que bonito, de verdad... Cuando el año pasado hacían aquella publicidad de los pueblos que buscan gente y la gente que no tenía pueblo me hacía pensar que es una pena que haya gente que se haya perdido todo eso... Así que por una vez, publicidad muy acertada que aconsejaba "Búscate un pueblito bueno" y se veía como pueblos generosos adoptaban a gente sin pueblo entre sus campos, olivos y casas bajas...
ResponderEliminar^_^
María Tusobri
¡María, que alegría tenerte por aquí!
EliminarNo recuerdo con detalle la publicidad que me cuentas porque la verdad es que yo publicidad veo poca, pero sí creo tener una idea. Será cuestión de buscarlo en San Google.
Es bonita la idea de adoptar un pueblo, pero las vivencias de niño siempre tendrán algo especial imposible de recuperar de adulto.
Besos
Que post tan bonito...lo disfruté!
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