El invierno se está haciendo largo,
queremos que llegue la primavera y tal como antaño sacaban al santo en
procesión para pedir la lluvia o para pedir que parase de llover así
salimos ahora a la calle clamando porque acabe este largo y penoso
invierno. Pero ya no necesitamos santos que intercedan por nosotros,
nos bastan nuestras voces que entonan cantos y consignas, nuestras
manos abiertas que no tienen nada que ocultar, que no empuñan armas,
que si acaso, batimos al ritmo de algunos tambores para caldear esta fría tarde y para que su
fuerza acompañe nuestros pasos por las arterias principales de
nuestras ciudades. Cientos y miles de pasos que no piden a los dioses
porque ya saben que los dioses nada tienen que ver con este invierno
que no se acaba.

Nos engatusan diciéndonos que ya se va
acabar, que ya se está acabando, que ya queda poco, pero cada vez
hace más frío y tenemos menos con lo que taparnos mientras ellos
siguen bien cobijados bajo gruesas mantas.
Nos necesitan y somos muchos y
podríamos ser muchos más. Estamos amenazados porque aún nos queda
algo del calor acumulado en ese pasado cálido y no queremos
perderlo, pero si el invierno se alarga y seguimos perdiendo y
sacrificando aquello que arropa y da calor a nuestras vidas mientras
vemos como unos pocos siguen viviendo en su propio verano, quizá
llegue un momento en que miles y millones de voces se pongan de
acuerdo y griten a un tiempo BASTA YA
Y a nosotros sólo nos queda mirar
embobados y preguntarnos como es posible que creyéndonos tan listos,
la especie superior de la cadena evolutiva, no seamos capaces de
imitar las leyes naturales que llevan millones de años funcionando y
que nos dicen que el día le sigue a la noche y que el invierno dura
tres meses y que aunque a veces se alargue un poquito la primavera
siempre viene detrás para permitir que la vida se renueve y todas
sus criaturas puedan disfrutar de ella.
Veo las flores que ya asoman y siento
el sol que tarda mas tiempo en recorrer el cielo pero sus rayos no consiguen alejar el frío de este
largo y duro invierno que se ha instalado en nuestras vidas sin fecha
de caducidad.