Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.
Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.
¿Bajo que
aspecto o en que circunstancias podríamos encontrar juntos y bien
avenidos a materiales tan dispares y sin nada en común como unos
retales de tela, unos pedazos de cable eléctrico y unos palos de
madera?
Así, a bote
pronto, no se os ocurre nada ¿verdad? Son, por sí mismos, materiales
de desecho, restos sobrantes sin más destino que el basurero. Pero
para alguien como yo, con mi afición a la reconversión y el
reciclaje, casi todo merece una segunda o tercera oportunidad y no
doy casi nada por perdido. Así, cuando un día cualquier recorriendo
mi parque temático favorito (Leroy Merlin) encuentro algo que me
gusta y que, quizá, podría llevarme a casa sin demasiado coste por
otro lado, pero que enciende una bombillita en los recovecos
creativos de mi cerebro y empiezo a preguntarme como podría hacer yo
algo como eso, ya se ha iniciado un proceso imparable. Puede tardar
incluso meses, incluso años, en realizarse, puede permanecer adormecido, latente,
pero no dejará de salir a la superficie de vez en cuando y me hará
buscar distintas posibilidades y manejar distintas ideas hasta
encontrar el punto de encuentro entre lo que quiero conseguir y el
cómo llegar a ello con lo que dispongo.
De esta forma
se gestó la idea que reunió a los materiales mencionados en un
proyecto común. Es difícil, por no decir imposible, contar el proceso
mental que lleva a dar con la solución.
No os puedo decir si fue el
retal de tela el que se impuso o si fue primero la estructura y
después encontré felizmente ese pedazo ideal de tela para cubrirla.
Sí puedo deciros que los palos de madera llegaron en un paseo de
invierno por la playa, cuando la idea ya tenía una forma y un
desarrollo bastante definido. En una de esas extrañas conexiones que
establece nuestro cerebro, un viejo palitroque renegrido arrojado por
la marea sobre la arena, se dibujo en mi mente como el perfecto
complemento que necesitaba para dar originalidad a mi idea y ¡sin
tener que recurrir a la tienda de los chinos!
Ya tenía la
idea y los elementos necesarios, sólo necesitaba el tiempo para
llevarla a cabo, que puede parecer lo más sencillo pero que os
aseguro que a veces es lo más difícil de encontrar. Pero cuando no
hay apremio, ni necesidad, el tiempo tampoco tiene demasiada
importancia.
Los palos se dejan secar y se pintan, la tela se corta,
se sobrehíla y se le va dando forma, pieza a pieza... y en un día o
en dos, se remata la faena a la espera de que el resultado final se
aproxime a la idea original.
Y esto es lo
que surgió de tan extraña unión:
¿Qué que hay que ver? Sí, la foto no da detalles, pero es que el conjunto también tiene su importancia. Es necesario para entender la utilidad del invento. Pero tranquilos que, aunque no quedaron muy nítidas, os dejo la muestra de las abrazaderas que resultaron de la conjunción de unos materiales de desecho. Cada una con la personalidad que le presta su palito.
¿Qué os parecen? ¿Mereció la pena el trabajo? ¿Os gustan?
El
otro día os hablaba del protagonismo de la novela negra en mis
últimas lecturas y de entre ellas he elegido la trilogía de César
Pérez Gellida: Versos, canciones y trocitos de carne para compartir
mis impresiones con vosotros. Por nada en especial. No es que haya
sido mi preferida por encima de la demás novelas, o piense que es la
mejor entre ellas, pero quizá me parezca digna de destacar por la
complejidad de la trama, el ingente trabajo de investigación y
documentación que ha necesitado el autor para escribirla y porque
creo que tiene una notable calidad narrativa. Los tres títulos que
la componen son Memento mori, Dies Irae y Consumantum est y es
necesario leerlos en orden.
César
Pérez Gellida nos lleva en esta aventura por media Europa en pos de
un asesino en serie muy inteligente, organizado, detallista y
escurridizo que siembra de cadáveres un país tras otro sin que la
policía de ninguno de los países afectados ni la intervención de
la Interpol sea suficiente para echarle el guante.
La
historia comienza en Valladolid, ciudad en la que transcurre el
primer libro, Memento mori, donde conocemos a los personajes
principales y donde se establecen las bases que marcarán el
desarrollo de la obra completa. En el segundo no pararemos quietos ni
un segundo. En Dies irae se incorporan nuevos personajes y se inicia
un amplio periplo que nos llevará de Rusia a Italia y a los países
que protagonizaron en los años 90 el sangriento conflicto de los
Balcanes que cambió por completo el mapa que aprendimos de niños en
el colegio, dibujando nuevas fronteras y países. Algunos sucesos
ocurridos en esa guerra son decisivos en el desarrollo de la historia
que Pérez Gellida nos relata. En este punto tengo que pararme a
felicitar al autor por conseguir en el espacio de una novela (sin ser
el objeto de la misma) ofrecernos una visión clara de una guerra tan
compleja. A mi por lo menos me ha ayudado mucho a centrar y poner en
su sitio muchos conceptos confusos acerca de las distintas
nacionalidades y religiones que se mezclaban y confundían, sin que
consiguiera saber del todo quien era quien y que se dirimía en
aquella contienda. En el tercer y último libro, Consumantum est,
aunque comienza en Islandia, implicando a un nuevo y peculiar
comisario de policía y aún nos lleva de Alemania a Praga, acabará
volviendo al origen, a Valladolid, donde el primer equipo policial
con el inspector Sancho a la cabeza, volverá a tomar las riendas de
la investigación hasta su desenlace.
El
autor no sólo maneja con conocimiento y detalle esta compleja
multitud de escenarios sino que también siembra su obra con un buen
puñado de personajes interesantes y diversos. Por supuesto, las
estrellas son el asesino y el inspector vallisoletano al que
corresponde investigar los primeros casos, estableciéndose entre
ellos un autentico pulso en el que medirán su fuerza, su capacidad y
su resistencia física, intelectual y psicológica hasta convertirse,
por parte de ambos, en un asunto personal, muy personal. Un psicólogo
criminalista, especialista en análisis de conducta, con una marcada
personalidad y compleja historia particular y su hija, tendrán un
relevante papel en la historia, junto a la inspectora italiana Gracia
Galo, un adecuado contrapunto femenino, o el peculiar comisario
Olafsson, de la policía de Grindavik en Islandia, que a mi me ha
caído particularmente bien, forman parte de este conjunto de
personajes que apuntalan el complicado entramado de la persecución
de Augusto Ledesma.
Un
asesino poeta, amante de los libros y la música que acabaremos
conociendo a fondo hasta el punto, no de disculpar ni de justificar
de ningún modo sus acciones, pero sí de ponernos un poco en su
lugar, de meternos casi en su piel, de llegar a comprender de alguna
manera, como ha llegado a ser el que es. en lo que se ha convertido,
sin que ello suavice la repulsión y el escalofrío que semejante
personalidad causa. Lo conoceremos a través de los poemas que va
sembrando en cada cadáver que deja en su camino, haciéndonos
partícipes directos de la música que escucha a través de las
letras de las canciones, hasta componer una auténtica banda sonora
de la novela. A través del olor de sus cigarrillos y del detalle de
la preparación de un perfecto gin-tonic. Un personaje difícil de
olvidar.
César
Pérez Gellida ha compuesto una trilogía con una historia sólida,
trabajada y documentada, que no se queda en la mera narración de
unos hechos llenos de acción, sino que nos lleva hasta el fondo de
la mente y la personalidad de sus protagonistas, con un perfecto
dibujo psicológico de los personajes principales y alguno
secundario, manteniendo en todo momento el interés y la tensión. Es
imposible en este tipo de historias no especular con el final
preguntándote como rematará el autor su obra para que cuando
cierres el libro sueltes el aire contenido durante la lectura de las últimas páginas
en ese suspiro de satisfacción que produce una expectativa
satisfecha y por lo tanto una lectura redonda. Conmigo al menos lo ha
conseguido. Creo que el final está a la altura que la historia
merece.
Tanto
si sois asiduos del género como si simplemente buscáis un tiempo de
evasión con algo más que mero entretenimiento esta trilogía puede
ser una buena opción. Al acabar no sólo habremos pasado horas sin
ser conscientes de ellas, sumergidos en otro mundo y en otras vidas,
sino que además habremos aprendido mucho sobre procedimientos
policiales, política internacional, funcionamiento de mentes
criminales, sociópatas y psicópatas, sin perder de vista que todos,
en un lado y en otro, equivocados o no, somos seres humanos
imperfectos, condicionados por el entorno socio-cultural en el que
estamos inmersos y sujetos a nuestras pasiones, impulsos,
experiencias, conocimientos y razonamientos y sus infinitas
combinaciones, con la riqueza y el riesgo que eso supone.
No
puedo acabar sin comentaros que es difícil sustraerse a la
influencia de Augusto Ledesma y que yo he sucumbido a ella anotando
lecturas y escuchando algunas de las canciones que han ido
acompañando la lectura, con algún descubrimiento provechoso del que
os dejo una muestra. Y aunque no ha sido suficiente como para probar los famosos Moods con su aroma de vainilla, no he podido
resistir, sin embargo, la tentación de pedir un gin-tonic de
Hendrick's sin que la experiencia, por otra parte, haya producido ningún cambio
significativo en mi forma de entender la vida. Creo.
Muchos aciertos para este viaje. Sí, señor Tabernero, se trata de tierra leonesas, y sí querida amiga Maribel es la comarca de El Bierzo y efectivamente se trata de Las Médulas como nos dice Sabores Compartidos y nuevamente acierta nuestra amiga Fram al dar nombre a la iglesia de Peñalba de Santiago, tanto como Laura que también reconoce el paraje de las Médulas. Todos vosotros habéis dado en el clavo y sois nombrados Viajeros del otoño. Titulo que de nada os sirve pero que a mi me hace ilusión otorgaros por participar y acertar en este pequeño juego. Para todos acertantes y participantes mi agradecimiento por acompañarme una vez más.
Nuestro viaje apenas duró dos días, claramente insuficientes para ver con calma todo lo que la comarca ofrece. Solo con las huellas que El Camino de Santiago, a su paso por estas tierras, ha ido dejando en sus pueblos y ciudades hay para pasar horas admirando sus monumentos y recorriendo sus calles. Villafranca del Bierzo, Molinaseca, Corullón, Cacabelos... y otros que se quedaron fuera por falta de tiempo o porque los planes no acabaron de salir como fueron planeados.
Ruinas imponentes como las del monasterio de Carracedo o el castillo de Cornatel o las del monasterio de Montes de Valdueza en el pueblecito del mismo nombre.
Un pueblo de 20 habitantes cuyo pulso se ve alterado en esta época, cuando aquellos que viven en la ciudad, vuelven para la recogida de la castaña. Un pueblo encaramado a la falda del monte al que se llega a través de una estrechísima carretera pero desde el que se aprecia una vista impresionante del llamado Valle del silencio. Y como remate al fondo del valle nos espera el pueblo de Peñalba de Santiago y su iglesia, una autentica joya de estilo mozárabe cuyo origen se remonta al siglo X cuando San Genadio fundó un monasterio, del cual formaba parte, en este apartado y bello rincón del mundo.
La iglesia de Santiago, el monasterio de Montes y los pueblos que los acogen son suficiente reclamo para llegar hasta aquí, pero es que hacerlo, llegar a estos rincones recorriendo el valle del silencio es adentrarse en uno de los paisajes mas hermosos que os podais imaginar. Y en otoño simplemente te deja sin aliento y sin palabras.
Y finalmente por si todo esto fuera poco, de visita obligada nos queda el impresionante monumento natural de Las Médulas. Un paisaje en el que mucho tuvo que ver la mano del hombre ya que este particular espacio es el resultado de una explotación minera del tiempo de los romanos.
La nuestra fue una visita rápida, un pequeño recorrido a pie por su zona central y la subida al mirador de Orellán desde el que podemos apreciar su imagen más famosa y que realmente es inolvidable, pero conviene acercarse al centro de visitantes para enterarte de su historia, del cómo y del por qué y dedicar más tiempo a los alrededores que también merecen la pena.
Para quienes ya conocíais este rincón de nuestra geografía, espero que hayáis disfrutado volviendo a verlo y para los que no, me encantaría que sirviera para que lo tengáis en cuenta en próximos viajes. No os arrepentiréis.