Yo me dispongo a tomarme algún que otro cafetito mientras tecleo, intentando pensar con cada sorbo y escribir entre uno y otro disfrutando de un momento especial en el que pueda volcar ideas, opiniones, sobre libros, música, imágenes, dar rienda suelta a algún que otro desvarío, desahogar algún grito, espero que también algo de humor, a través de esta gran ventana virtual.
Abierta queda. Si alguien quiere tomarse un café conmigo bienvenido sea.
Me alejo, la distancia es cada día más grande. Intento alargar la mano y aferrarme a las palabras, pero se escurren como agua mansa, sin ruido y sin descanso. Se desdibujan las ideas, se deshacen los pensamientos, se difuminan los contornos, se funden las sombras con las luces y poco a poco pierdo consistencia y espacio. Blanda y deshilachada, como neblina de río, vago por los fondos limosos de los días, cada vez más perdida y extraña. Mientras me deslizo por la vertiente fría de este calendario sin lunas ni estaciones, clavaré chinchetas como migas a las paredes de mi casa para que marquen el camino de vuelta. Colgaré de ellas canciones con alma, fotos con sonrisas, un rayo de sol que no deslumbre, unos ojos verdes, un nombre amado, un dolor que no desgarre, una estrella de charol y una esperanza incierta.
¿Bajo que
aspecto o en que circunstancias podríamos encontrar juntos y bien
avenidos a materiales tan dispares y sin nada en común como unos
retales de tela, unos pedazos de cable eléctrico y unos palos de
madera?
Así, a bote
pronto, no se os ocurre nada ¿verdad? Son, por sí mismos, materiales
de desecho, restos sobrantes sin más destino que el basurero. Pero
para alguien como yo, con mi afición a la reconversión y el
reciclaje, casi todo merece una segunda o tercera oportunidad y no
doy casi nada por perdido. Así, cuando un día cualquier recorriendo
mi parque temático favorito (Leroy Merlin) encuentro algo que me
gusta y que, quizá, podría llevarme a casa sin demasiado coste por
otro lado, pero que enciende una bombillita en los recovecos
creativos de mi cerebro y empiezo a preguntarme como podría hacer yo
algo como eso, ya se ha iniciado un proceso imparable. Puede tardar
incluso meses, incluso años, en realizarse, puede permanecer adormecido, latente,
pero no dejará de salir a la superficie de vez en cuando y me hará
buscar distintas posibilidades y manejar distintas ideas hasta
encontrar el punto de encuentro entre lo que quiero conseguir y el
cómo llegar a ello con lo que dispongo.
De esta forma
se gestó la idea que reunió a los materiales mencionados en un
proyecto común. Es difícil, por no decir imposible, contar el proceso
mental que lleva a dar con la solución.
No os puedo decir si fue el
retal de tela el que se impuso o si fue primero la estructura y
después encontré felizmente ese pedazo ideal de tela para cubrirla.
Sí puedo deciros que los palos de madera llegaron en un paseo de
invierno por la playa, cuando la idea ya tenía una forma y un
desarrollo bastante definido. En una de esas extrañas conexiones que
establece nuestro cerebro, un viejo palitroque renegrido arrojado por
la marea sobre la arena, se dibujo en mi mente como el perfecto
complemento que necesitaba para dar originalidad a mi idea y ¡sin
tener que recurrir a la tienda de los chinos!
Ya tenía la
idea y los elementos necesarios, sólo necesitaba el tiempo para
llevarla a cabo, que puede parecer lo más sencillo pero que os
aseguro que a veces es lo más difícil de encontrar. Pero cuando no
hay apremio, ni necesidad, el tiempo tampoco tiene demasiada
importancia.
Los palos se dejan secar y se pintan, la tela se corta,
se sobrehíla y se le va dando forma, pieza a pieza... y en un día o
en dos, se remata la faena a la espera de que el resultado final se
aproxime a la idea original.
Y esto es lo
que surgió de tan extraña unión:
¿Qué que hay que ver? Sí, la foto no da detalles, pero es que el conjunto también tiene su importancia. Es necesario para entender la utilidad del invento. Pero tranquilos que, aunque no quedaron muy nítidas, os dejo la muestra de las abrazaderas que resultaron de la conjunción de unos materiales de desecho. Cada una con la personalidad que le presta su palito.
¿Qué os parecen? ¿Mereció la pena el trabajo? ¿Os gustan?
El
otro día os hablaba del protagonismo de la novela negra en mis
últimas lecturas y de entre ellas he elegido la trilogía de César
Pérez Gellida: Versos, canciones y trocitos de carne para compartir
mis impresiones con vosotros. Por nada en especial. No es que haya
sido mi preferida por encima de la demás novelas, o piense que es la
mejor entre ellas, pero quizá me parezca digna de destacar por la
complejidad de la trama, el ingente trabajo de investigación y
documentación que ha necesitado el autor para escribirla y porque
creo que tiene una notable calidad narrativa. Los tres títulos que
la componen son Memento mori, Dies Irae y Consumantum est y es
necesario leerlos en orden.
César
Pérez Gellida nos lleva en esta aventura por media Europa en pos de
un asesino en serie muy inteligente, organizado, detallista y
escurridizo que siembra de cadáveres un país tras otro sin que la
policía de ninguno de los países afectados ni la intervención de
la Interpol sea suficiente para echarle el guante.
La
historia comienza en Valladolid, ciudad en la que transcurre el
primer libro, Memento mori, donde conocemos a los personajes
principales y donde se establecen las bases que marcarán el
desarrollo de la obra completa. En el segundo no pararemos quietos ni
un segundo. En Dies irae se incorporan nuevos personajes y se inicia
un amplio periplo que nos llevará de Rusia a Italia y a los países
que protagonizaron en los años 90 el sangriento conflicto de los
Balcanes que cambió por completo el mapa que aprendimos de niños en
el colegio, dibujando nuevas fronteras y países. Algunos sucesos
ocurridos en esa guerra son decisivos en el desarrollo de la historia
que Pérez Gellida nos relata. En este punto tengo que pararme a
felicitar al autor por conseguir en el espacio de una novela (sin ser
el objeto de la misma) ofrecernos una visión clara de una guerra tan
compleja. A mi por lo menos me ha ayudado mucho a centrar y poner en
su sitio muchos conceptos confusos acerca de las distintas
nacionalidades y religiones que se mezclaban y confundían, sin que
consiguiera saber del todo quien era quien y que se dirimía en
aquella contienda. En el tercer y último libro, Consumantum est,
aunque comienza en Islandia, implicando a un nuevo y peculiar
comisario de policía y aún nos lleva de Alemania a Praga, acabará
volviendo al origen, a Valladolid, donde el primer equipo policial
con el inspector Sancho a la cabeza, volverá a tomar las riendas de
la investigación hasta su desenlace.
El
autor no sólo maneja con conocimiento y detalle esta compleja
multitud de escenarios sino que también siembra su obra con un buen
puñado de personajes interesantes y diversos. Por supuesto, las
estrellas son el asesino y el inspector vallisoletano al que
corresponde investigar los primeros casos, estableciéndose entre
ellos un autentico pulso en el que medirán su fuerza, su capacidad y
su resistencia física, intelectual y psicológica hasta convertirse,
por parte de ambos, en un asunto personal, muy personal. Un psicólogo
criminalista, especialista en análisis de conducta, con una marcada
personalidad y compleja historia particular y su hija, tendrán un
relevante papel en la historia, junto a la inspectora italiana Gracia
Galo, un adecuado contrapunto femenino, o el peculiar comisario
Olafsson, de la policía de Grindavik en Islandia, que a mi me ha
caído particularmente bien, forman parte de este conjunto de
personajes que apuntalan el complicado entramado de la persecución
de Augusto Ledesma.
Un
asesino poeta, amante de los libros y la música que acabaremos
conociendo a fondo hasta el punto, no de disculpar ni de justificar
de ningún modo sus acciones, pero sí de ponernos un poco en su
lugar, de meternos casi en su piel, de llegar a comprender de alguna
manera, como ha llegado a ser el que es. en lo que se ha convertido,
sin que ello suavice la repulsión y el escalofrío que semejante
personalidad causa. Lo conoceremos a través de los poemas que va
sembrando en cada cadáver que deja en su camino, haciéndonos
partícipes directos de la música que escucha a través de las
letras de las canciones, hasta componer una auténtica banda sonora
de la novela. A través del olor de sus cigarrillos y del detalle de
la preparación de un perfecto gin-tonic. Un personaje difícil de
olvidar.
César
Pérez Gellida ha compuesto una trilogía con una historia sólida,
trabajada y documentada, que no se queda en la mera narración de
unos hechos llenos de acción, sino que nos lleva hasta el fondo de
la mente y la personalidad de sus protagonistas, con un perfecto
dibujo psicológico de los personajes principales y alguno
secundario, manteniendo en todo momento el interés y la tensión. Es
imposible en este tipo de historias no especular con el final
preguntándote como rematará el autor su obra para que cuando
cierres el libro sueltes el aire contenido durante la lectura de las últimas páginas
en ese suspiro de satisfacción que produce una expectativa
satisfecha y por lo tanto una lectura redonda. Conmigo al menos lo ha
conseguido. Creo que el final está a la altura que la historia
merece.
Tanto
si sois asiduos del género como si simplemente buscáis un tiempo de
evasión con algo más que mero entretenimiento esta trilogía puede
ser una buena opción. Al acabar no sólo habremos pasado horas sin
ser conscientes de ellas, sumergidos en otro mundo y en otras vidas,
sino que además habremos aprendido mucho sobre procedimientos
policiales, política internacional, funcionamiento de mentes
criminales, sociópatas y psicópatas, sin perder de vista que todos,
en un lado y en otro, equivocados o no, somos seres humanos
imperfectos, condicionados por el entorno socio-cultural en el que
estamos inmersos y sujetos a nuestras pasiones, impulsos,
experiencias, conocimientos y razonamientos y sus infinitas
combinaciones, con la riqueza y el riesgo que eso supone.
No
puedo acabar sin comentaros que es difícil sustraerse a la
influencia de Augusto Ledesma y que yo he sucumbido a ella anotando
lecturas y escuchando algunas de las canciones que han ido
acompañando la lectura, con algún descubrimiento provechoso del que
os dejo una muestra. Y aunque no ha sido suficiente como para probar los famosos Moods con su aroma de vainilla, no he podido
resistir, sin embargo, la tentación de pedir un gin-tonic de
Hendrick's sin que la experiencia, por otra parte, haya producido ningún cambio
significativo en mi forma de entender la vida. Creo.
Muchos aciertos para este viaje. Sí, señor Tabernero, se trata de tierra leonesas, y sí querida amiga Maribel es la comarca de El Bierzo y efectivamente se trata de Las Médulas como nos dice Sabores Compartidos y nuevamente acierta nuestra amiga Fram al dar nombre a la iglesia de Peñalba de Santiago, tanto como Laura que también reconoce el paraje de las Médulas. Todos vosotros habéis dado en el clavo y sois nombrados Viajeros del otoño. Titulo que de nada os sirve pero que a mi me hace ilusión otorgaros por participar y acertar en este pequeño juego. Para todos acertantes y participantes mi agradecimiento por acompañarme una vez más.
Nuestro viaje apenas duró dos días, claramente insuficientes para ver con calma todo lo que la comarca ofrece. Solo con las huellas que El Camino de Santiago, a su paso por estas tierras, ha ido dejando en sus pueblos y ciudades hay para pasar horas admirando sus monumentos y recorriendo sus calles. Villafranca del Bierzo, Molinaseca, Corullón, Cacabelos... y otros que se quedaron fuera por falta de tiempo o porque los planes no acabaron de salir como fueron planeados.
Ruinas imponentes como las del monasterio de Carracedo o el castillo de Cornatel o las del monasterio de Montes de Valdueza en el pueblecito del mismo nombre.
Un pueblo de 20 habitantes cuyo pulso se ve alterado en esta época, cuando aquellos que viven en la ciudad, vuelven para la recogida de la castaña. Un pueblo encaramado a la falda del monte al que se llega a través de una estrechísima carretera pero desde el que se aprecia una vista impresionante del llamado Valle del silencio. Y como remate al fondo del valle nos espera el pueblo de Peñalba de Santiago y su iglesia, una autentica joya de estilo mozárabe cuyo origen se remonta al siglo X cuando San Genadio fundó un monasterio, del cual formaba parte, en este apartado y bello rincón del mundo.
La iglesia de Santiago, el monasterio de Montes y los pueblos que los acogen son suficiente reclamo para llegar hasta aquí, pero es que hacerlo, llegar a estos rincones recorriendo el valle del silencio es adentrarse en uno de los paisajes mas hermosos que os podais imaginar. Y en otoño simplemente te deja sin aliento y sin palabras.
Y finalmente por si todo esto fuera poco, de visita obligada nos queda el impresionante monumento natural de Las Médulas. Un paisaje en el que mucho tuvo que ver la mano del hombre ya que este particular espacio es el resultado de una explotación minera del tiempo de los romanos.
La nuestra fue una visita rápida, un pequeño recorrido a pie por su zona central y la subida al mirador de Orellán desde el que podemos apreciar su imagen más famosa y que realmente es inolvidable, pero conviene acercarse al centro de visitantes para enterarte de su historia, del cómo y del por qué y dedicar más tiempo a los alrededores que también merecen la pena.
Para quienes ya conocíais este rincón de nuestra geografía, espero que hayáis disfrutado volviendo a verlo y para los que no, me encantaría que sirviera para que lo tengáis en cuenta en próximos viajes. No os arrepentiréis.
Hemos dejado el verano atrás, el
blog y su cafetera van entrando en calor y las viejas costumbres
vuelven a brotar con la lluvia, como las setas, así que hoy, último
viernes del mes de octubre, toca liar el petate y ponernos de nuevo
en marcha. Toca viajar y jugar. ¿Quien se anima?
Octubre es un mes perfecto para
viajar. A ver, a mi ninguno me parece malo cuando se trata de coger
carretera y manta, pero lo cierto es que objetivamente
hablando es un
mes estupendo. Los días aún no se han acortado demasiado, las
temperaturas son suaves y la luz y los colores del otoño son únicos
y hay que sacarles provecho. Solo necesitamos una pizca de suerte
para que la lluvia, si se presenta, sea una compañía llevadera y no
excluyente. Así que armados con la cámara de fotos, un buen calzado
y un paraguas nos ponemos en marcha.
En estas fechas hay que cederle
el protagonismo al paisaje porque para ello se viste de gala y desde
luego os aseguro que ha sido una autentica gozada recorrer estas tierras, estos valles y montes donde el verde ya ha empezado a
rendirse y a ceder su espacio a los amarillos, los ocres y rojizos
creando unas combinaciones bellísimas. Castaños, hayas, vides,
chopos, álamos... una auténtica sinfonía de color.
Pero no es solo el medio natural,
también vamos a encontrarnos unos pueblos en los que El Camino ha
ido dejando su huella. Llenos de historia, monumentos, iglesias,
monasterios. Calles para recorrer despacio, ruinas para escuchar con
calma.
Apenas te separas de los núcleos
más importante y tienes la impresión de haber viajado en el tiempo.
Carreteras angostas por la que conduces con los dedos cruzados para
no encontrarte con ningún otro vehículo tras esa curva ciega y
estrecha, valles cerrados a los que el silencio les da nombre.
Pequeños pueblos de calles embarradas, casas de piedra, tejados de
pizarra, donde la llegada de los que vienen de la capital a recoger
la castaña convierte su vida en una vorágine.
Escondidos entre montañas, rodeados de belleza, custodian algunas joyas arquitectónicas únicas que por sí mismas ya justifican el viaje por estos difíciles caminos.
Además de los conjuntos urbanos,
de la arquitectura, de la historia, de la belleza otoñal...
además
de todo eso cuenta la zona con un espacio natural declarado
Patrimonio de la Humanidad que he dejado para el final porque supongo
que puede ser suficientemente conocido como para daros la clave de
todo el viaje y que, por supuesto, también el por sí solo lo
justificaría plenamente.
¿Os parecen pocas razones para
perderos por aquí? Pues hay muchas más. Yo tampoco he alcanzado a
conocerlas todas, lo que, superada la primera frustración no es sino
la excusa perfecta para volver en otra ocasión. Y pronto, espero.
Ahora os toca a vosotros, seguro que alguno ya sabe por donde ha transcurrido nuestro viaje de hoy y en todo caso ya sabéis que por probar nada se pierde. Os animo a pinchar en las imágenes y verlas a tamaño completo, no os perderéis ningún detalle.
Retomemos viejas costumbres, hablemos de libros y lecturas. Aunque ya va avanzando el otoño yo que aún estoy poniéndome al día con el blog, me apetece hacer un pequeño balance de mis lecturas veraniegas.
Ha sido este un verano para la novela negra, a juego con mi humor y mi ánimo y por lo tanto con un resultado muy positivo. Hasta hace un par de años era éste un género que yo tocaba muy de vez en cuando, pero de un tiempo a esta parte han habido, sobre todo unos cuantos autores españoles, que me han ido llevando cada vez más a su terreno.
Parece lugar bastante común lo de elegir lecturas "ligeras" para el verano, como las ensaladas y el gazpacho, fáciles de digerir. Sin embargo para mi, tradicionalmente, este tiempo de descanso me parecía el más adecuado para dedicarlo a lecturas que requirieran una mayor concentración o que me plantearan situaciones y narrativas más complejas precisamente por disponer de más tiempo para la evasión y el relajo con otras actividades placenteras. No ha sido así en esta ocasión. No estaba mi cabeza para complicaciones, lo que necesitaba era evasión y para ello nada mejor que la acción intensa de la caza de un asesino que mantuviera la mente ocupada haciendo cálculos y analizando pistas intentando al mismo tiempo no perderte en la trama y mantener los distintos hilos entre los dedos.
Así han sido unos cuantos los que han pasado por mis manos entre arena de playa y plácidas noches de terraza:
- Vestido de novia de Pierre Lemaitre
- Mr. Mercedes de Stephen King
- La estrategia del pequinésde Alexis Ravelo
-La Trilogía del Baztán de Mercedes Redondo (El guardián invisible, Legado en los huesos, Ofrenda a la tormenta)
- Y la de César Pérez Gellida, Versos, canciones y trocitos de carne (Memento mori, Dies Irae, Consumantum est)
Aunque el protagonismo lo han tenido ellas otras se han colado entremedias porque me gusta variar, pero en esos casos, aunque ha habido algún que otro acierto, la verdad es que en general no he quedado demasiado contenta. Es evidente que este verano pedía un remedio muy concreto y no hay necesidad de contrariarlo cuando la botica lectora tiene preparados para cada necesidad y momento. Aún así, para redondear el resumen del verano y no hacerlas de menos voy a destacar las dos que fuera del género negro, mejor sabor de boca me han dejado. Han sido La pintora de hielo de Kristin Marja Baldursdottir y La Universal de Toti Martínez de Lezea.
Me gustaría dedicarles unas palabras a todos porque todos merecen atención y aunque entre mis objetivos de vuelta está dedicar más espacio a los libros, lo cierto es que ello requiere un tiempo del que siempre ando escasa y un esfuerzo para el que no siempre tengo ánimo. Intentaré, sin embargo, traer alguno de ellos con más detalle para intercambiar con vosotros mis impresiones.
Hoy como resumen, simplemente deciros que Pierre Lemaitre y Alexis Ravelo han sido, cada uno en su estilo, un gran descubrimiento y pienso repetir con ambos. De Stephen King comentar que a pesar de su popularidad es un autor del que he leído muy poco porque el terror no es lo mío y me decidí por Mr. Mercedes precisamente porque se aleja del terror para meternos en una novela policíaca al más puro estilo norteamericano con la que he quedado muy satisfecha. De Mercedes Redondo y César Pérez Gellida os cuento que han conseguido hacerme una auténtica adepta a la novela negra y convencerme de que la mejor novela policiaca la tenemos aquí, en casa, que no tiene que venir ni del norte, ni del oeste ni de ningún otro sitio. Y a mi, que queréis que os diga, como que me identifico mejor con lo que ellos me cuentan. Pero sin exclusividad, que en esto de las lecturas todo cabe si es bueno. Y hay mucho bueno dentro y fuera para seguir disfrutando con lo que el cuerpo nos pida en cada situación.
Hace unos días me encontré con una vecina en
el portal, hacía algún tiempo que no coincidíamos y al preguntarle que tal habían
pasado el verano la exclamación le salió del alma. Pasamos un rato
intercambiando impresiones sobre los chicos, los estudios y el complejo trabajo
de ser padres. Nuestras historias y experiencias diferían muy poco en lo
esencial. Así que, ya en casa, después de un rato de dar vueltas a los temas
tratados en el animado cotorreo vecinal aproveché un hueco y me senté a
escribir. Esto es lo que salió.
Pues sí, chica, vaya verano que hemos pasado. Aunque sienta la tentación de hacerlo, no voy
a decir que sea el peor de mi vida. No. Espero que me queden suficientes
veranos por delante como para que otras circunstancias mucho peores que las me
han amargado el presente, puedan convertir en infierno otro verano futuro. Así
además, evito, o intento mantener en unos límites proporcionados, las angustias
presentes.
Con el calor empezó el desierto. Mayo y el fin
de curso. Y los suspensos y las peleas, academia sí, academia no, profesores particulares, no hay vacaciones. ¡Ay, el niño! ¡Cuánto duele el dichoso niño! Nada que visto desde fuera no se vea como un
accidente más de la vida, cotidiano, ordinario, nada del otro mundo, es cierto,
pero hay que joderse como consigue dejarte noqueada.
Los dichosos estudios, esa adolescencia que
debería ir acabando, esa madurez que aún le falta mucho para cuajar pero que
desde su óptica le carga de razón. Y que difícil, que imposible incluso,
encontrar el equilibrio entre el intervencionismo y el mero acompañamiento.
¿Dónde dejar de ordenar, de imponer? ¿Dónde dejar que yerren, que tropiecen? ¿Pasarse
o quedarse corto? ¿En qué escuela nos preparan a los padres para ello?
No hay edad buena, o mala. O todas lo son,
buenas y malas. Ya sea por el llanto incomprensible del bebé en mitad de la
noche, o la fiebre incontrolada, o los inevitables pulsos para ver cuanto
estira la cuerda antes de romperse, o la constante preocupación por los amigos,
los estudios, los peligros cibernéticos, los monstruos que vemos los padres
acechando por todas partes a nuestro niño del alma. Da igual. Motivos nunca
faltan, es cierto. Pero también lo es que a medida que cumplen años los
problemas se cargan de un componente distinto, ese momento terrible de la
adolescencia, cuando empiezan a darse cuenta de que son entes independientes,
que pueden tener ideas no sólo distintas a las tuyas sino completamente
opuestas, el momento de la rebeldía, de probarse y yo diría que aún peor es el
final de esa etapa, cuando realmente creen firmemente que ya son mayores, que
ya tienen juicio sobrado, que saben mucho más que tu de todo y por supuesto que
nadie sabe mejor que ellos lo que les conviene y lo que tienen que hacer o no
hacer. Llámese estudios, salidas, bebidas, amoríos. Con que suficiencia, con
que tono cargado de razón, de convencimiento, te dicen eso de: ¡qué ya tengo
dieciocho años! Con la certeza de que no hay mejor argumento que demuestre que
saben no sólo lo que se hacen, sino cómo tienen que hacerlo. Y a ti no te queda
otra que mirarle con una sonrisa un poco triste y dándole un beso en la frente, decirle, claro hijo, ya eres mayor, porque tu sabes que hay que cumplir muchos más años para darte cuenta de lo poco que sabes en ese momento.
Curiosamente, días después del encuentro y de escribir esto, me enviaron (no mi vecina) por guasap este vídeo de una conferencia que dio el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, que viene al pelo.
Las
invito a pasar. Se dispersan aquí y alla. El otoño, dicen, que las ha mandado a
paseo y que están cansadas de vagar, que si no me importa, les gustaría
descansar un rato, que han escuchado la música y han olido el café y no han
podido resistirse. Un poco de calor humano les basta. Dejo que se asienten en
mi ánimo y cuando me quiero dar cuenta... ¡ya estoy divagando! Pensamientos,
sin mucho ton y poco son. Palabras recién rescatadas y ansiosas por jugar, que
van y vienen de hoja en hoja, indagando, escuchando...
¿A qué sabe el otoño?
A bizcocho de
chocolate con nueces y pasas y un leve regusto final a humus, a tierra mojada.
¿A
qué huele el otoño?
A café recién hecho, a té con menta, a manzanilla
con anís y unas gotas de lluvia recién nacida.
¿Qué
tacto tiene?
Sutil y delicado, vibrante y alegre, lana
sobre las rodillas, seda en el cuello y moaré crujiente en los pies.
¿Y
La luz? ¿Cómo es la luz del otoño?
Veleidosa,
inconstante, caprichosa. Tan pronto dorada y alegre como gris y llorosa. Se
adapta a todos los humores. Fuerte tendencia hacia la luz eléctrica conforme
avanza y se debilita.
¿Y
cómo suena?
A murmullos, siseos, rozamientos,
crujidos, goteos, susurros...
¿Y
sus colores?
Dulce de calabaza, amarillo de uva, gris
perla y.... a
ver, a ver, estas hojas que hay por aquí... pero...¿Se puede saber qué pasa?
De
repente, sin que medie corriente de aire alguna, las hojas empiezan a
arrastrarse entre las patas de las sillas y a elevarse sobre las mesas. Las sigo... amarilla, amarilla, marrón,
roja, ocre, marrón, roja...
Giran
a mi alrededor, me rozan una mano, se posan en el pelo y susurran en mi oído...¡Baila! ¡baila con nosotras! ¡Escucha la música! ¡Así suena el otoño!
Y
escucho. En la radio, que ha estado puesta todo el tiempo sin que le hiciera
mucho caso, suena una canción. ¡Claro! ¿por qué no? el otoño al calor
del amor en un bar. Sonrío y bailo. ¿Me acompañáis?
¿No
lo notáis? Seguro que sí. Huele a moho, a aire estancado, a polvo y olvido. Es
lo que tienen las habitaciones cerradas, que rápidamente se convierten en
sepulturas de recuerdos y residencia de fantasmas.
Tendré
que abrir las ventanas para que el fresco aire otoñal arrastre los malos olores
y a la luz nueva salgan los recuerdos a bailar conmigo mientras empuñamos la
escoba para desalojar con buenos modos pero con firmeza a los fantasmas, arañas
y demás bichitos que hayan buscado acomodo entre el polvo y las sombras.
Tiempo
habrá de mullir los cojines y tal vez cambiar las cortinas y pintar las
paredes, ahora voy a sentarme un ratito al borde de una silla, a escuchar las
quejas de algunos fantasmillas a los que veo bastante molestos por su desalojo
forzoso.
Ya
me vino alguno, por cierto, con el cuento de que en algunas ocasiones hubo
quien se acercó a echar un vistazo entre los visillos y de que alguna vez
alguien incluso dio un par de golpecitos sobre la puerta. Les dedicaré por eso un
poco de atención ya que con sus chismorreos sobre vuestras visitas han contribuido
a traerme de vuelta. Desde tan lejos como me encontraba ha resultado
decisivo sentir que el olvido no había conseguido aun tragarse por completo a
Jara y sus cafés.
Quizá
necesite algo de tiempo para que esto marche a buen ritmo, porque la verdad es que no
acabo de tenerlas todas conmigo, aunque confío en el buen ánimo con el que
vuelvo y en vuestra paciencia y cariño para que a estos primeros pasos les
suceda otro y otro más.
Mientras
charlo con mis fantasmas y pienso en el siguiente paso voy a poner un poco de música.
Ya que hoy no puedo ofreceros café os invito a escucharla conmigo.
Un hueco, un paréntesis, un
agujero en el tiempo para escapar de mi pellejo. Apurar los últimos rayos de un
sol dulce sobre la arena. Como dulces, en suave murmullo, llegan las olas a la
orilla. Murmullo que acuna unos pensamientos que se aferran a esta quietud de
final de verano, a este placentero silencio de playa vacía de risas y juegos.
Nubes altas que recorren perezosas el cielo y empañan, a ratos, el brillo de
septiembre.
Caminaré, caminaré en la frontera
del mar, olvidada de lo que aguarda,
tierra adentro, mi regreso. Sólo un paso tras otro. Una huella en la arena que
el mar borrará tras de mi sin dejar rastro. Sólo el instante de una mirada que
persigue a esa gaviota que levanta el vuelo. Sólo la brisa fresca enredada en
el pelo, surcando arrugas, secando una lágrima.
No hay tiempo, no hay lunes ni hay
martes, ni hora de cierre ni toque de queda. Sólo una multitud de pequeños demonios ocultos
en las sombras, acechan mi paso detrás de esas piedras.
Dejadme, importunos, apurar este
presente de humo antes de que las hojas del calendario llamen impacientes a mi
puerta.
¿Es un tsunami, un agujero negro, un hechizo? ¿Un ERE buscando cobijo? ¿Pasmo incapacitante? ¿Parálisis neuronal? ¿Neurastenia? ¿Astenia primaveral en grado
superlativo? ¿Despido fulminante por absentismo laboral? ¿Abulia, ansiedad, pereza, estrés, hastío? ¿Miedo escénico, encefalograma plano? ¿Es un k.o.
definitivo, un stand by provisional, una suspensión criogénica? ¿No eres tu, soy
yo? ¿Soy yo y mis circunstancias? ¿Tu y tu voracidad que todo lo arrasa?
¿Qué el pasa al blog?
No sabría decirlo. No tengo certezas. Ni
diagnóstico. Ni análisis válido. No sé si declarar el siniestro total y desconectar
el respirador artificial o si dejarlo macerando en una solución isotónica. En
un sin vivir andamos. Incapaz de tomar la decisión de declarar el fin de sus
días e incapaz igualmente de insuflarle vida. Y en este limbo indefinido van
pasando los días. No me gusta. No me gusta irme así. Intenté un parte de incidencias y... ¿problemas? ¡problemas tenemos todos! Intenté preparar su discurso de despedida pero tampoco fui capaz. Me resulta doloroso echar la llave.
Declaro pues el estado achacoso de este espacio, por múltiples anomalías concretas y abstractas, sin que se haya podido establecer cual fue la primera, ni la más grave, y por tiempo indefinido, sin
renunciar a la esperanza de que pueda sacarle de él en un tiempo prudencial con
una solvencia mínima. Siento que este estado de postración afecte también a mi
relación con los blog amigos y espero encontrar el remedio para no perder el
contacto.
A la espera de tiempos más venturosos para ambos os dejo una imagen que quizá acierte con el diagnostico mejor que las palabras.
Estatua del Angel Caído. Parque de El Retiro (Madrid)
De
dragones y princesas están los cuentos llenos, llenos
vienen los cuentos de batallas y besos. Besos de amor y despedida, a veces,
pocas, sinceros. Falsos las más de las veces. Veces en las que el sapo sólo es
un sapo y el príncipe duerme sin que el beso le
despierte. No quiere despertarse el príncipe, no quiere luchar contra
el dragón ni besar a la princesa de doradas trenzas. Con sus largas trenzas
quiere atar la princesaal dragón
para que deje de guerrear sin ton ni son. No son príncipes ni dragones lo que quieren las princesas, ni ser trofeo en la batalla ni princesas en el cuento. Cuento que sin besos
ni batallas, sin reyes y dragones, ni azul sapo, ni roja manzana, sólo verruga en la nariz de
la bruja le queda, pues hasta las
pócimas y los conjuros con viento fresco se han marchado. Viento que empuja a
la bruja, que empuña la escoba, que
barre las hojas del cuento. Blancas las hojas, vacías ya de letras y sueños han
quedado. Sólo un minúsculo punto sin rumbo quedó en ellas olvidado. Y yo, que ya
nada puedo hacer por rescatar al dragón, ni luchar con la princesa, ni despertar al príncipe, ni ofrecer la manzana al
sapo para que la bese, ni sacar a bailar a la verruga y su bruja, sin miramientos ni delicadezas atraparé al punto despistado, para, azulín azulé, acabar con un cuento que nunca lo fue .
Estoy
un poco dispersa últimamente. Bueno, en realidad es más de lo mismo. Tiempo escaso
conjugado con ánimo variable más la ausencia de los hados propiciatorios y la
fuga de las musas con los hados me dejan chapoteando en los márgenes del blog
mientras pasan los días sin que salga nada debidamente armado. Pasó
el día del libro sin que por aquí apareciera ninguno, las ideas no consiguieron
materializarse en nada concreto. Se nos acaba al mes, la casa sin barrer y yo
con estos pelos. ¡Algo habrá que hacer! Como ya he hecho en alguna otra ocasión
en el que las palabras me esquivan he decidido recurrir a las imágenes, mucho
más dóciles y fáciles de tratar y que, además de contarnos sus historias, nos
alegran la vista.
Aunque
sean un recurso muy manido, o precisamente porque lo son, creo que no hay mejor
forma de despedir abril y recibir el mes de mayo que con flores.
Rincones
y balcones floridos que con su luz y sus colores darán un poco de vida al salón
del café que tengo un poco polvoriento y desvaído. De paso aprovechamos que ya
nos tocaba, para hacer un pequeño viaje por unos pueblos preciosos que os animo,
como siempre, a conocer.
Hoy,
que no estoy yo para mucha literatura, os cuento directamente que os llevo a
Cantabria. Sí, otra vez al norte, qué le vamos a hacer, la cabra tira
al monte y yo con ella, siempre p’arriba. Pero esta vez no vamos a ver el mar,
nos quedamos en el interior. En sus valles, entre sus montañas, en sus pueblos.
Piedra y madera, balcones y galerías llenas de flores. Un puñado de rincones en
un puñado de pueblos. Una muestra muy pequeña para incitaros a querer abrir el
objetivo y mirar más allá todo lo que los rodea.
¿Os
animáis?
Rincones así se pueden encontrar casi en cualquier pueblo de Cantabria, pero estos están repartidos entre Bárcena Mayor, Carmona, Mogrovejo y Potes. ¿No os quedáis con ganas de doblar la esquina y seguir callejeando?