Se acabó el último puente de año y sobre él
solo dos pequeñas curiosidades:
1.- Que prácticamente no he sufrido ningún
atasco. No sé si porque estaban mejor planeados o porque la crisis ha
dejado a mucha gente en su casa.
2.- Que sí he sufrido ligeros síntomas de
ansiedad por no poder disponer de mi ordenador para mantenerme al día con mi
tertulia y con vuestros espacios.
Lo primero me ha venido muy bien y lo segundo,
además de inquietarme un poquito, me recuerda cuando recién empezada mi andadura
Margari me advertía de que esto crea adicción. ¡Qué razón tenías, Margari!
Convivir es compartir, sí, pero hasta cierto
punto. Ha habido sus momentos de dura negociación para poder disponer de un
portátil ajeno y todos hemos llegado a la conclusión de que sólo hay una
solución: ¡pedirle a los Reyes Magos uno
para mí solita!
Y esto me lleva al tema de la entrada:
¡Ya
llega la Navidad!
¿Cómo os enfrentáis a estas fechas? ¿con
ilusión, con alegría, con agobio? ¿ya habéis vestido la casa para la ocasión,
habéis anticipado la compra del marisco y el cordero?
En mi casa está a medio instalar, ha entrado
la lotería y algunos dulces típicos, pero aún no ha habido tiempo para los adornos navideños.
El próximo sábado la casa se vestirá de gala. El árbol de navidad saldrá
de su caja desperezándose y las cintas y bolas saltarán entusiasmadas por
colgarse de su ramas y poder mirar a través de los cristales como luce este
invierno. Tiras de luces se enroscarán a su alrededor para darles calor por la
noche y la orgullosa estrella dorada trepará orgullosa hasta su punta para
desde allí arriba reinar sobre todo el salón.
A partir de ahí ya estaremos listos para
enfrentar todo lo que se nos viene encima.
Este año me temo que la crisis le pasará factura,
aunque afortunadamente será en el aspecto que menos me gusta de la Navidad: esa
carrera de obstáculos a la que sometemos a nuestra tarjeta de crédito que
empieza con la compra de la lotería y acaba el cinco de enero. Fecha a la que
la pobre llega en estado agónico del que luego nos cuesta recuperarla.
Lo que peor he llevado siempre de estas fechas
es el cariz consumista, el bombardeo publicitario, los centros comerciales
abarrotados, las compras compulsivas, esa forma de asociar Navidad y gasto. Cuanto
más gasto, mejor Navidad tengo.
¡Si lo bueno de la Navidad es que son el mejor
momento del año para compartir tiempo con los demás!
Intercambiar lotería con amigos.
Una cerveza con los vecinos para desearse
felices fiestas.
Un montón de tiempo con los niños para
llevarles al circo, al cine, a ver la iluminación navideña y sí, también al
Cortilandia. Si no has luchado a brazo partido por hacerte un hueco en los
alrededores del Corte Inglés y te has llevado metida en la cabeza la machacona
musiquita no has disfrutado unas navidades como Dios manda. Y lo que disfrutan
cuando se quedan con los abuelos mientras tu vas a comprar (los juguetes) y sobre
todo quedándose a dormir con ellos esa noche loca en la que sales con los
amigos para poder tener ese pedacito de Navidad adulta.
¿Y qué decir de las comidas en familia? cuando
llega el abrazo de aquellos que viven lejos y
vienen a casa por Navidad, sí, como el turrón El Almendro. Y las bromas
y las risas y las anécdotas y la
complicidad de los que han acompañado tu vida desde… siempre o casi
siempre.
¡Ah, esas reuniones familiares inigualables!,
con el cuñado al que no soportas, la suegra que siempre encuentra la comida
sosa o fría o demasiado hecha y que te lo dice sin ningún miramiento, esos
niños con las manos manchadas de chocolate adornándote, aún mas, la casa... entrañables, de verdad.
Pero, en serio, lo de menos es el marisco o el
cordero, que yo puedo perdonar sin problemas. El cava ya es otra cosa. ¿Una Navidad sin burbujas? ¡Freixenet no lo permita!
En el fondo lo único que de verdad importa son
las personas que se reunen alrededor de la mesa, por eso mismo lo peor de estas
comidas navideñas es ver la silla que han dejado vacía los que ya no pueden
sentarse a la mesa con nosotros, ese hueco imposible de llenar en la foto de
familia.
Para estar con la gente que quieres no hacen
falta grandes ni costosos regalos. Todos sabemos que los reyes son los padres.
Los niños son otra cosa. Para los niños la
Navidad es mágica. No hay nada más bonito que compartir con ellos esa magia.
Aunque tengamos que sufrir el Cortilandia o las tres horas de espera para ver
la Cabalgata de los Reyes Magos. Su expectación y sus nervios la noche previa, su impaciencia cuando apenas se ha hecho de día por abrir los regalos y sus sonrisas de felicidad al abrirlos no tienen precio.
Quizá porque ya no hay niños en casa con los
que vivir esa magia, la Navidad desde esta distancia me da un poco de pereza.
Después cuando oigo a los niños de San Ildefonso cantar los números de la
lotería no puedo evitar una pequeña punzada de ilusión: ¡anda que si me toca! Y
a partir de ahí entro a saco en todo lo demás, aunque la comida de Navidad me
deje exhausta y el día de Nochevieja
ronca y el roscón de reyes el 6 de enero no encuentre un hueco en el que
meterse.
Atraparé al vuelo las chispas de la navidad que
se crucen en mi camino para no olvidar a la niña que fui. Dejaré de lado en
algún que otro momento señalado a la adulta descreída que soy. Me dispongo a enfrentarlas convencida
de que es posible disfrutar de estos días sin someter a tortura a la renqueante
cartera y no dejaré de escribir mi carta a los muy Magos Reyes que seguro
encuentran la manera de pintar una sonrisa en nuestros rostros la mañana del 6
de enero. (Ya les haré saber que si el portátil no puede llegar en esas fechas
no me importará esperar a las rebajas de enero, o a las de febrero, o… lo que
haga falta, que se la va a hacer... al menos un libro nunca falta).
Preparados... listos... ¡a disfrutarlas!